Un hombre le sirve una cucharada de jarabe, le acomoda una bolsa de hielo y le prepara una taza de té a su hija enfermísima. Pasan los días y la fiebre no cede. Llega un doctor y ordena que se le dé tal y tal antibiótico y si persiste la fiebre, tal y tal inyección; la esposa llorando de miedo. La niña se va curando poco a poco a puro pinchazo y para el sexto día el hombre regresa a trabajar. Mientras expone su clase, le llega un mensaje a su teléfono: “la niña tiene otra vez fiebre, voy para el hospital”. Se disculpa con los estudiantes, recoge sus cosas, y se dispone a salir rápidamente del salón. Justo antes de que saliera por la puerta, un alumno, con una sonrisa diabólica pintada en la cara, pregunta: “¿Cómo está su hija, profesor? ¿Ya se va para el hospital?...”. Pasan unos segundos de eterno silencio, luego de entre las tinieblas emerge una voz exaltada: “¿Qué dijiste?”