Me acerqué a la oruga para detallar un suceso inusitado, sus dos sombras. Me regaló una, yo no tenía. Pasaron lunas y soles, y mi sombra se extinguía de tanto extrañar a su oruga, la llevé devuelta pero la oruga era ya una mariposa, y voló. Mi sombra enfermó de tanto extrañar, ya no oía mi voz, ni sentía mi corazón. Una mañana cualquier, la mariposa mi cabeza sobrevoló. Su sombra me miró; su mirada mi alma penetró. Desde entonces, la que está, no está; la que no está, está. Esta me sigue esperando me convierta en mariposa. La otra vuela conmigo de día y de noche. Mis latidos se escuchan aquí y se sienten allá, y una voz, sin voz, llega a mi corazón.