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Nostalgias.


Se afanaba la noche en tejer el rocío y en el amanecer, la cigarra secaba sus alas en el vibrar de su canto. EL día llegaba en los clamores de las aves, el olor a tierra, a pan, a movimiento, en los débiles rayos del sol que adormecido se encaramaba por las altas cumbres.

El día en los campos, es amplio y cordial, sin smog, sin otro ruido que el de la vida apacible, todo es natural y simple como aquel viejo reloj de péndulo, que colgaba de la muralla del comedor de mí casa lejana. La naturaleza, la clama, los hombres del campo filósofos analfabetos me llenan de nostalgia.

Las noches, también son amenas en este valle donde los cerros se juntan como anillos. Como todas las noches de todos los pueblos, emergen los fantasmas, pero que distinto, mas que fantasmas parecen palomas que danzan. EL egoísmo es fruto de las grandes ciudades, los asesinos, los delincuentes y todas las lacras sociales, después de muertos se convierten en fantasmas terroríficos, pero cuando los hombres buenos fallecen sus fantasmas son apacibles, amantes del terruño el que recorren como si fueran ediles noche a noche.

Muchos de estos fantasmas conocí en vida; el recuerdo no es mas que una tela de araña, ambos vibran al ser sorprendidos, recordar es volver, es un vacilar en el paso que nace.

En ese grupo blanco que avanzaba por las calles de la plaza iba Mateo, el herrero que le daba a beber a los caballos en una batea de roble cuando estos no se dejaban herrar, Lugo les lanzaba un balde de agua a la cara, vomitaban y se alejaban lentamente llevando sobre sus lomos sus jinetes. Recordar es descansar en el camino. Junto a Mateo iba Constanzo, el dueño de un viejo camión, entristecido en una subida por haber fundido el motor, le dejó rodar por el barranco y él se fue con la máquina hasta el fondo.

El recuerdo es sensible, existe siempre, esta dormido y como un potro a veces emerge con violencia.

Detrás de Constanzo, iba el viejo zapatero, recordadle es sentir remordimiento, era tan solo con su pelo blanco, ojos inexpresivos, pero su voz era dulce y afectuosa. El hombre esta hecho de pequeños y lejanos atardeceres. Mí viejo zapatero ¡cuanta vida con ritmo de silencio mordido!, recordar es vencer el olvido, sentir una dulce y nostálgica angustia, sangrar despacio, sonreír tristemente, es ver fantasmas para volver. Recordar es cernir, es buscar lo mejor de la gente ya ida ¡cómo olvidarlos! Sería como renunciar, como nacer recién. Como quisiera abrazarlos a todos sentarme nuevamente junto a la banca del zapatero, subirme al viejo camión, dar vuela la fragua, golpear el yunque, gritarle paco a Melanio, tirarle piedras a Demetrio el sacristán. Estos dos últimos marchaban atrás del blanco grupo.

Cómo recuerdo el rostro de Melanio, se llenaba de alegría cuando cogía algún preso, él no amaba el silencio. Las noches del invierno amenazaban no ceder jamás al día era primordial tener alguien cerca para la tertulia nocturna. Sentado junto a un brasero frente a los barrotes del calabozo guardián y detenido charlaban por largas horas…¡lejana Siberia dulce!.

No olvido esa tarde, su última: al cruzar el puente se cruzó con el sacristán, el cual se hizo el ebrio. Eran tan sabrosas las noches en el calabozo mate, queso y pan y el grato calor del bracero. Melanio, se fascinaba con cualquier historia picaresca y más cuando tenía relación con el cura y su lavandera. Recuerdo que yo iba jugando con una rueda de neumático y le seguí, Melanio, siempre iba sermoneando en alta voz a sus detenidos, así la gente le sentía y salía a la puerta de sus casas a verle pasar. Melanio, lleno de orgullo e importancia caminaba sin saludar a nadie. Me extasiaban esos pequeños escándalos a veces incluso, me atrevía a entrar sigilosamente en el retén, tratando de no hacer ningún ruido para no trizar ese momento tan ameno y curioso. Ahí en el interior se acababa el sermón su mano que por varias cuadras como una tinaza tiraba a los presos, se transformaba en una mano fraterna de mate.

Estuve escondido dentro del retén esa última vez por bastante tiempo, también me entusiasmaba con tanta picardía. Sentí frío el bracero me invitaba, pero yo era un intruso, bruscamente un estornudo me delato, tuve que salir corriendo Melanio, me siguió por unos instantes y luego me lanzó algunas piedras.

La mañana sorprendió al pueblo llorando. El gas de carbón había dejado su cuota de dolor. El enorme bracero de cobre ya estaba frío, como también Melanio y Demetrio que se adormecieron en la tertulia nocturna sentado uno frente a otro tras las rejas.

Ahora no eran más que dos fantasmas que poblaban las noches del pueblo. Mateo, Constanzo, el viejo zapatero, Demetrio, Melanio, como letanía. Existirán mientras alguien les recuerde, como el vino viejo cada año mejores. Hay que aprender a talar la maleza de los viejos caminos.

Cada cosa esta ligada a otra por muy incoherente que sus formas sean, el rocío, la cigarra, el viejo reloj, la naturaleza, me llenan de nostalgia.

Recordar es morir para nacer en una lagrima, es perdonar es sacar los escombros, es saltar hacia a bajo con los ojos abiertos, es guardar en el alma la palabra y la forma, ¡recordar es regresar para besar los viejos afectos, recordar es buscar un aliento para seguir alejándose!.

Texto agregado el 18-10-2008, y leído por 139 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
01-11-2008 UFFFF!!! debo confesar que me he quedado en el recuerdo recordando y al recordar a Melanio, me acordé de recordar lo que he olvidado.... hermoso cuento .... cariños... amerisa
 
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