Desde pequeño, creo que desde Los hijos del Capitán Grant, los viajes me atrajeron. Tal vez el no haber sentido nunca la certeza de pertenencia a un sitio, en un sitio era un extranjero, en otro un emigrante, me llevo a protegerme de esos sentimientos a través de la pertenencia al pueblo nómada.
Suerte que uno crece, y es capaz de superar los recelos sobre uno mismo, así fui construyendo, emocionalmente, mi sentimiento de pertenencia a la gente más que a la tierra.
A su vez uno crece, insisto emocionalmente sobre todo, y es capaz de notar como se le calienta el alma con la luz del sur, con el verde del norte; pero sobre todo uno siente como se va entretejiendo una red de afectos con personas del norte y del sur, incluso del este y del oeste. Entonces uno se siente rico o por lo menos nota como va engrosando su capital emocional, ese que nos irá acompañando a lo largo de toda la vida.
Y uno se mueve y va de aquí para allá; y te encuentras con que el mundo te ofrece gentes muy diferentes en unos lados y en otros, ahora según vas conociendo vas asumiendo la igualdad de la diferencia; somos tan diferentes y tan iguales a la vez…
Decidí adoptar, entonces, el uniforme de “veryver” (ver y ver) allá donde fuera, con la ingenuidad y la inocencia de que uno puede moverse por el mundo como por los escaparates de la Gran Vía, ajeno, inmutable. Bendita inocencia.
Todo gran viaje solo lo es si conlleva un viaje interior; y firmemente lo creo; solo en la medida en que me he emocionado, conmovido, alegrado, entristecido… he disfrutado de los viajes. Pero no he conseguido aún ser un auténtico “veryver”… no consigo nunca impermeabilizar el alma, ver y no sentir… en fin… que aún soy un novato en esto de los viajes… ¿o no?.
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