Estaba a punto de apagar el televisor para envolverme en las mantas y dejarme llevar por Morfeo hacia su desconocida dimensión. Al fin que ya había perdido el hilo de la película entre los pestañazos que venía dando durante los últimos minutos ¿para qué seguir luchando por permanecer despierto?
Entonces sonó el timbre de la puerta. Miré el reloj y me embargó un temor, porque cuando alguien llama cerca de la medianoche algo malo ocurre. Para salir de dudas me apresuré hacia la entrada del departamento, acerqué el ojo a la mirilla y descubrí la figura de mi vecina Marilú. --¿Qué querrá a estas horas? --me pregunté extrañado.
Habrá notado mi presencia al otro lado de la puerta, porque preguntó en voz baja, como para no llamar la atención.
--¿Carlos? ¿Puedes abrir?
--Claro, espera que me tape con algo.
Corrí a la recámara por una bata. Debo aclarar que por costumbre duermo tal como mi madre me arrojó al mundo. Mientras regresaba a la puerta pensaba --Lo dicho, algo muy malo ocurre, porque si no, ¿qué hace esta mujer llamando a mi puerta a estas horas?
--¿Puedo pasar?
--Desde luego, adelante, pero dime qué ocurre. Me asustas...
--Nada, nada, sólo un pequeños contratiempo, eso es todo, pero a estas horas no encuentro a quien más recurrir.
--En lo que pueda ayudarte, pero dime de qué se trata. Qué torpe, siéntate ¿quieres tomar algo?
--Nada, gracias; no quiero importunar más de la cuenta. Mira, es que llegué a casa y al querer abrir la puerta se trozó la llave y ahora no puedo entrar.
--Ah vaya, llegué a pensar en algo peor. No te preocupes, ahora llamamos a un cerrajero y todo se resuelve. Conozco uno que atiende estas emergencias las 24 horas.
--No, mira, no se trata de eso. Si llamamos al cerrajero tardará al menos una hora en llegar, y luego en lo que arregla el desperfecto nos darían las dos de la mañana. Es que debo levantarme muy temprano, a las seis, porque tengo una cita muy importante a las siete y no me conviene llegar con ojos de desvelada.
--Pues... No creo que tardara tanto, pero si no, pues... dime qué sugieres.
--Lo que quería pedirte es que me permitieras dormir aquí, en tu departamento.
Creo que mis ojos estuvieron a punto de desorbitarse, sentí mareos y hasta cosquilleos, pero recobré la compostura.
--Pero, Marilú, sabes que esto es muy pequeño, apenas un estudio, no tengo más que una cama y el sofá es tan estrecho que no me parece adecuado para descansar.
--No te preocupes, me acomodo en cualquier rincón, el suelo estará bien para dormir. No daré problemas, te lo aseguro.
--¿El suelo? Eso sí que no. No quiero que pienses que soy mal anfitrión. Mira, acepto que te quedes a dormir aquí, pero con una condición.
--Dime.
--Te quedas en la recámara, yo me acondiciono algo por aquí, en la estancia.
--¿Pero tú estás loco? ¿Crees que aceptaría eso?
--Pues yo no voy a permitir que duermas en el suelo, Marilú, en qué cabeza cabe...
--Entonces la solución está en que ambos ocupemos la cama. Me volteo para un lado, te volteas para el otro y listo. A dormir cómodamente los dos.
Sentí deseos de pellizcarme para comprobar que no estaba dormido. Tal vez todo era un sueño. Un hermoso sueño. Marilú, la escultural vecina de veintitantos años, entrados a 30, de rubia cabellera y grandes ojos azules pedía que nos metiéramos a la cama.
--Pero...
--Por mí no te preocupes, sólo vamos a dormir.
Quería decirle que ese era el problema, que sólo quería dormir, si fuera otra cosa no sería tan difícil, pero no encontraba la manera de plantearlo, de darme a entender sin ofenderla.
--¿Y crees que funcione?
--¡Claro que sí! Mira, si seguimos aquí discutiendo nos van a dar las dos de la mañana, se trata de aprovechar el tiempo para descansar.
--Es que... Yo, pues mira, acostumbro dormir... desnudo.
Se encogió de hombros y con un gesto de ¿y eso qué? me respondió.
--Por mí puedes dormir como gustes. De hecho yo dormiré igual pues no pienso acudir a mi cita con la ropa arrugada.
Su respuesta más que consolarme provocó más inquietudes. Imité su encoger de hombros y dije:
--Bien, bien... veamos qué pasa.
--Pues nada, qué va a pasar. Te lo agradezco mucho. Mira, mientras me aseo en el cuarto de baño te metes a la cama, te acomodas, te volteas hacia tu lado y te duermes. Yo haré lo mismo en mi lado de la cama y en cuento den las seis me levanto, me ducho y me voy a mi cita. Verás que no doy molestias.
Sobrará decir que para entonces el sueño se me había espantado, así que sólo fingía dormir volteado hacia mi lado de la cama. Noté que salía del cuarto de baño y enseguida mi mente comenzó a trabajar. La imaginaba desnuda. Jamás la había mirado en tales circunstancias, jamás había tenido tales pensamientos, pero en ese momento era como si la estuviera mirando, desnuda entraba a la misma cama que yo ocupaba desnudo.
Se acomodó, encogió sus pierna y se dispuso a dormir con una naturalidad increíble. Yo me sentía súpersensible en ese momento. Cada movimiento por leve que fuera, su respiración, los latidos de su corazón, todo lo percibía. Mi respiración se agitaba e imaginé que ella podría notarlo, así que con discreción tomé todo el aire que cupo en mis pulmones, lo contuve por un momento y lo fui soltando lentamente por la boca para tratar de tranquilizarme; mas, no funcionó.
Traté de desviar mis pensamientos y casi lo consigo, pero en un movimiento de ella juntó sus glúteos a los míos --Dios mío... --Me dije para después especular --¿Me estará insinuando algo? ¿Estará dormida y sólo fue un movimiento espontáneo? ¿Y si me acerco más?
Terminé retirándome con mucha suavidad, pero las piernas me temblaban y... y pues... Noté que una parte de mi cuerpo, aquella que me identifica anatómicamente como hombre, había reaccionado con tal incidente. Mi situación empeoraba y yo me repetía en la mente --Tranquilo, tranquilo, tranquilo... Sonó la campanada de la una de la mañana en el reloj de la estancia.
Pasaban los minutos y por más que quería borrar la sensación de sus glúteos rozando los míos, parecía una imagen tatuada definitivamente en mi cuerpo. Marilú se volvió a mover. Dejó la posición lateral para quedar boca arriba, su brazo izquierdo encogido y su mano sobre mi costado derecho. Yo, inmóvil, queriendo parecer dormido. Pasaba el tiempo y no podía soportar más la misma posición, sin haber movido uno solo de mis músculos, pero con su mano encima de mí no podía moverme, seguramente la despertaría. --¿Y si no estuviera dormida? ¿Y si estuviera pasando por lo mismo que yo? ¿Y si me acerco un poquito? Sonaron las dos campanadas del reloj.
Me dije -–Basta, tengo que dormir. Debo acomodarme de manera que me pueda relajar. Ya me duelen absolutamente todos los músculos.
Giré el cuerpo hacia la derecha para quedar boca arriba. Su mano estaba ahora sobre mi pecho y podía escuchar perfectamente su respiración, pausada, tranquila. -–Bueno, al menos ahora sé que duerme. Levanté un poco la cara para mirar hacia los pies de la cama y el panorama me reveló que no estaba en la mejor posición dada la situación que guardaba aquella parte mía, aquella que ella no tiene. -–Sin duda, sería desagradable y muy penoso si ella despierta y lo nota.
Así que tenía dos opciones: Giraría mi cuerpo hacia mi lado de la cama, como lo convenido y seguiría soportando los dolores de la inmovilidad prolongada o giraría hacia ella y descansaría mi lado izquierdo del cuerpo. Opté por lo último, aunque comprendía que me saldría de lo convenido. -–Sólo será un rato, mientras descanso mi otro costado, al fin que ella duerme plácidamente. Me moví lentamente para quedar sobre mi costado derecho.
Cuando estaba acomodado en mi nueva posición, su mano resbaló de mi costado y cayó hacia el colchón. No tendría importancia si no hubiera quedado... ¡Sobre mi parte! Y esta no se pudo quedar quieta. --¡Joder! Esto va muy mal. ¿Para qué aceptaría meterme en esto?
Encogí las piernas, me alejé cuanto pude temeroso de que fuera a despertar y salvé la penosa situación.
Ya con el cuerpo relajado me sentía más tranquilo. Ahora miraba el perfil de su rostro, su piel blanca y suave, sus labios entreabiertos. Se veía hermosa, y tan tranquila... Escuché las tres campanadas.
Comenzaba a relajarme y parecía que el sueño estaba llegando. Pero no convenía dormir mirando hacia su lado de la cama, qué pensaría ella, me puse de nuevo boca arriba, al fin que ahora todo estaba relajado. Fue llegando un dulce sopor y al fin me dormí.
--Despierta. Despierta...
Cuando desperté estaba entre sus brazos, me tomaba por los costados para hacerme girar hacia su lado.
--Estas roncando, duérmete de costado.
Lo que faltaba --¡Joder y más que joder! Ahora sabe que ronco.
Ya que me puso de costado, mirando hacia ella, se volvió a acomodar, se acurrucó mirando hacia mí y al parecer quedó dormida cuanto antes. Siempre con una naturalidad pasmosa. Y yo, de nuevo despierto.
Entre la penumbra de la habitación observaba su rostro. Era una mujer muy bella, pero nunca había notado que lo fuera tanto, parecía un ángel. Recorría con la mirada su rubia cabellera, su frente amplia, sus ojos cerrados, sus largas pestañas, su nariz respingada, su boca, sus labios, su cuello, su, su... Así fue como noté que las cobijas habían quedado más abajo de lo debido, de manera que podía contemplar el nacimiento de sus senos, espectaculares senos blancos y firmes. Descubrí que si sólo jalara ligeramente las cobijas podría admirarlos en todo su esplendor. --¿Lo hago? ¿Y si los tocara ligeramente? Sólo con un dedo, bueno, con dos. No creo que despierte ¿lo hago? No, noooooo... ¡Aléjate satanás! –Mi corazón palpitaba acelerado. Y así sonaron las cinco campanadas. Las cuatro no las escuché, deben haber sonado mientras dormía.
Para evitar más tentaciones y recobrar la compostura me giré hacia el lado opuesto. Traté de olvidar quién estaba a mi espalda, traté de ocupar mi mente con los problemas de la oficina, canturreaba en silencio y en algún momento me habré quedado dormido.
Me despertó con un beso en la mejilla, clareaba el día. Ya estaba vestida después de ducharse; se despedía. Olía a fresco, olía delicioso.
--¿Dormiste bien? --Me preguntó.
--Sí, claro.
--Qué bueno, odiaría que no hubieras descansado por mi culpa. Gracias por todo. Eres un amigo de verdad.
Y se marchó. -–Un amigo de verdad, bueno, supongo que sí.
Por cierto, tengo 55 años de edad, ella no llega a los 30. ¿Esa naturalidad vendrá integrada en las nuevas generaciones? Cómo han cambiado las cosas.
En Cancún, costa mexicana del Caribe.
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