Llegaste a mi vida en aquella tarde de un mayo, no recuerdo muy bien tu presencia aquél día, mas noté tu presencia.
El embrujo de otros ojos no me permitieron ver la dulzura que se escondía tras el carmesí de tu ropaje.
Entre estratagemas articulados, persuasiones eufemistas; logré posibilitar encuentro efusivo.
Aún recuerdo ese encuentro, entre cepas y humo, que acompaña hasta el día de hoy nuestras noches de lujuría y de reflexión.
Sólo la amargura nos hará comprender la dulzura que tu cuerpo arroja, cual si fuesen feromónas primaverales.
Amargura que ha llegado, mas no para amargarnos, sino que para comprender el dulce sabor que nuestras sábanas tienen desde que lo son.
Pasó el tiempo, aquellas noches de lujuria se tornan borrosas...
¿He cambiado?, ¿has cambiado?
No, sólo nos hemos descubierto, aquella primera cita, entre botellas, ruidos, rosas, susurros, etcéteras de etcéteras; circunstancias que no han cambiado.
Sigues siendo mi compañera, más aún cuando me encuentro con mis amantes.
Mis amantes te envidian, porque eres la persona que ha hecho que yo sea el que soy. |