Empezó a oscurecer y Antonio encendió las luces del coche. Los faros iluminaban la carretera secundaria, poco transitada a esas horas. El automóvil era un viejo cacharro que pese a los años que llevaba circulando, nunca había dejado tirado a su conductor.
Antonio tenía casi 30 años, su pelo rizado y su fisonomía recordaba a un joven Bob Dylan. Sus amigos, de hecho, le llamaban “el Dylan” por dos motivos; el primero, por su parecido físico, y el segundo, por ser un fanático del cantautor.
“el Dylan” trabajaba como operario en una fábrica de accesorios para muebles frigoríficos. Llevaba al menos 5 años en aquella empresa, no le apasionaba, pero le permitía pagar el alquiler del piso e ir tirando. Era un enamorado de la fotografía, siempre llevaba una cámara encima, por si surgía en cualquier momento la imagen perfecta a inmortalizar.
El coche adelantó a un John Deree pintado con el característico verde de la marca, el tránsito de tractores era frecuente en aquella vía debido a la proximidad de cultivos. Antonio volvía a casa después de una larga jornada de trabajo, la carretera la conocía de memoria, se sabía todas las curvas, cambios de rasante, socavones y baches. Llevaba puesta la radio y tarareaba una canción que sonaba en ese momento, de un tal Mazoni.
–¡Joder! Es una versión de… de Bob Dylan, mmm… Maggie’s Farm ¡Estoy seguro! –Exclamó en voz alta subiendo el volumen de la radio.
El coche de Antonio estaba verdaderamente sucio –Hacía ya muchos meses, muchísimos, que no lo lavaba–. La última vez que decidió llevar el coche a un túnel de lavado –Poco habitual en él–, pidió un servicio integral –Un lavado del interior y del exterior–, pero cuando el lavacoches echó una ojeada al automóvil, éste dijo al Dylan que no le daba tiempo, que mejor pasara otro día, ya que para lavar ése cacharro necesitaba un buen rato.
La sinuosa carretera atravesaba un bosque sobre el que se cernía la fría y oscura noche. El conductor tomó una recta, puso las largas y apretó el acelerador. En ese mismo momento, a cierta distancia, en medio de la calzada le pareció ver a alguien.
–¡Mierda! ¿Pero qué hace esa idiota ahí? –Exclamó al mismo tiempo que frenaba bruscamente y agarraba firmemente el volante con ambas manos.
El frenazo fue largo y pronunciado, dejando buena parte de los neumáticos en el asfalto. Frente al coche había una chica iluminada por los faros del automóvil, la joven era morena con el pelo liso y largo, vestía un abrigo oscuro y una mini falda blanca que apenas le cubría el trasero. Unas medias oscuras protegían sus piernas del frío y calzaba unas botas de caña alta, que le llegaban casi a la altura de las rodillas. Llevaba colgado del hombro un bolso plateado que brillaba con intensidad debido a las luces del coche.
–¿Estás loca? ¿Quieres que te maten? ¿Qué haces en medio de la carretera? –Inquirió Antonio, sacando la cabeza por la ventanilla.
–¡Ayúdame! ¡Necesito que me lleves! ¡Pronto! –Respondió la muchacha dirigiéndose al coche y abriendo la puerta del acompañante.
–¿Estás pirada? ¿Y a dónde te tengo que llevar?
–Aún no lo sé, ¡Pero arranca ya! –La mujer subió al automóvil y se puso el cinturón de seguridad ante la mirada atónita del conductor.
–¿No lo sabes? ¡Estás como una puta cabra! –Antonio emprendió la marcha mientras observaba fugazmente la belleza de la chica–. Dime ¿A dónde te llevo?
–No sé, déjame pensar ¿Vale? –La chica miraba con nerviosismo hacía atrás, parecía asustada– ¿Pero has visto que coche llevas? ¿Cómo puedes llevar un coche tan sucio? –Preguntó pasando un dedo por el salpicadero lleno de polvo.
–¡Oye no hagas eso! ¡Deja en paz mi coche! ¿Será posible? Encima que me das un susto de muerte y te recojo, me vas a buscar pegas al carro ¡Joder!
Antonio vio por el retrovisor como las luces de un coche se acercaban rápidamente hacia ellos. La muchacha asustada se recogió el pelo con una goma y rogó al conductor que acelerara.
–¡Oye! A mi no me vas a decir como tengo que conducir, ni si tengo que correr o no. ¿A ti que te pasa? ¿Es que has nacido para mandar? ¿Te esperan en algún sitio? ¡A ver cogido un taxi! ¡Joder! –Antonio redujo la velocidad, no le gustaba que esa chica le dijera lo que tenía que hacer.
–¡Maldita sea! ¡Palurdo! ¡Vienen a por nosotros! ¡Acelera! –Gritó la muchacha sacando una pequeña navaja de su bolso, blandiendo la hoja del cuchillo peligrosamente a un palmo del cuello del conductor.
–¡Mierda! ¡Estás como una chota! ¡Vale, acelero! ¡Pero deja de amenazarme con esa navaja o nos mataremos los dos! –Antonio aceleró, se percató que no era buena idea llevarle la contraria.
–¡Es Boblitz! –Exclamó la mujer mirando atrás, viendo que el coche se acercaba a gran velocidad.
Antonio apretó el acelerador, pero su cacharro era viejo y encima a gasoil, por lo que no destacaba en potencia y rapidez. De esta forma, el automóvil que conducía Boblitz, alcanzó rápidamente el coche donde iba la pareja, golpeando la parte trasera del viejo trasto.
–¿Pero ése imbécil que hace? –Dijo Antonio sorprendido cogiendo con fuerza el volante–. ¿Todos tus amigos son así, payasa? –Por más que apretara el acelerador, el sucio y polvoriento coche no daba para más, no lograba despegarse de su perseguidor.
–¡Deja de hacerte el gracioso! ¡Y compra un coche como Dios manda! ¡Es increíble que puedas llevar una birria como esta! –La chica estaba nerviosa pero no por ello, perdía los papeles.
Ambos coches tomaron una larga recta, Boblitz decidió adelantar al sucio trasto con la intención de echarlo de la calzada, poniéndose a su altura. Cuando el perseguidor se puso a la altura del perseguido, Antonio pegó un frenazo que casi le hizo perder el control del coche. Boblitz vio como dejaba atrás el cacharro con ruedas y cuando reaccionó para frenar, ante él, apareció un tractor de grandes dimensiones que salía a la carretera proveniente de una pista forestal. El coche del perseguidor chocó contra la mole ante la mirada aterrorizada de Antonio y la chica.
–¡No te quedes parado! ¡Larguémonos! –Gritó la chica dando un golpe en el cogote de Antonio.
–¡Estás como una cabra! ¡Eres una psicópata toca huevos! ¿Quién me mandaba dejarte subir? ¡Mierda! –Antonio aceleró, dejando atrás el coche de Blobitz convertido en un amasijo de hierros y chatarra.
–¿Quién era ese tipo? –Preguntó Antonio al rato.
–Un cliente, soy prostituta, por si no te habías dado cuenta. Y ese capullo un cliente que me pidió ciertos servicios que yo no doy. El imbécil se me puso violento cuando me negué y me golpeó, mira –La chica se subió la camiseta, mostrando los cardenales que llevaba en la espalda.
–Vaya… –Antonio observó las contusiones– menudos moratones ¡Que bruto el cabrón! ¿Te llevo a un hospital?
–No guapo, estoy bien, gracias. La próxima giras a la izquierda, allí hay un hotel que no está mal, me quedaré ahí.
–Muy bien. Que cabrón el tío, por negarte a unos servicios te pega y luego incluso está dispuesto a matarnos. ¡Ese tipo era un colgado muy radical! –Antonio sospechaba que la chica le ocultaba algo.
–Bueno, hay gente muy rara, ya lo sabes. Oye perdóname si he sido muy brusca contigo, pero es que todo ha pasado muy rápido ¿vale? –La chica dio un beso en la mejilla de Antonio.
–Vaya, ahora resulta que eres dulce y todo. Creía que únicamente sabías dar órdenes, amenazar y meterte con mi coche.
–¡Que tonto eres! –Dijo la chica dando otro beso y acariciándole el pelo–. Mira, el hotel está allí ¿Lo ves?
Antonio aparcó frente el hotel y miró a la chica. Realmente era una mujer muy guapa < –Pensó.
–¿Quieres cenar conmigo y te quedas a dormir? Después de lo que has hecho, estoy en deuda contigo y además pareces un buen chico –Dijo la prostituta sonriendo y dando otro beso en la mejilla de Antonio.
–¿Cómo?...mmm… Me parece que sólo podría aceptar la invitación con una condición.
–Dímela, igual acepto –La prostituta se soltó el pelo y sacó un cepillo del bolso. La chica esperaba oír la condición mientras cepillaba su negro y liso cabello.
–Mi condición es hacerte unas fotos, me gusta la fotografía y creo que serías una modelo ideal.
–¡Eso está hecho hombre! Venga, vamos a cenar ¡Estoy muerta de hambre! –Guardó el cepillo en el bolso y dio otro beso a Antonio, esta vez en los labios.
En la cena prácticamente no hablaron, comieron rápido y no tomaron postre ni café. Una vez en la habitación, la chica empezó a quitarse las botas ante la mirada de Antonio. Éste se acercó a ella y se puso de rodillas para quitárselas él mismo. La chica sonrió y él acarició la mejilla de la prostituta. Los dos se pusieron en pie y se fundieron en un abrazo, un abrazo como hacía tiempo no disfrutaba ninguno de los dos. Luego se miraron durante un instante sin pronunciar palabra y se besaron suavemente, sin prisas, como si dispusieran de todo el tiempo del mundo.
–¿Eres siempre así de dulce con las chicas? –Preguntó la mujer mientras desabrochaba los botones de la camisa de Antonio.
–Claro que no, sólo puedo ser así cuando una chica me gusta –Dijo al tiempo que acariciaba la espalda llena de moretones de la prostituta.
–Vaya ¿Entonces te gusto?
–Sobran las palabras –Susurró, besando a la chica y llevándola a la cama.
Eran las 3 de la madrugada y Antonio encendió la luz de la mesita. Miró a la prostituta, estaba desnuda, dormía de costado, su cuerpo era precioso y su cara angelical. Antonio se levantó y cogió la cámara e hizo unas cuantas fotos sin flash a la mujer, intentando aprovechar al máximo la escasa luz que había en la habitación. Guardó la cámara, se acostó de nuevo, apagó la luz de la mesita y abrazó a la chica.
Los ruidos del servicio de limpieza le despertaron, había dormido de un tirón después de hacer las fotos. En ese momento le parecía irreal todo lo sucedido la noche anterior. Con los ojos aún sin abrir buscó con la mano el cuerpo de la prostituta, no lo encontró, los abrió y vio que estaba sólo en la cama. La chica no estaba en la habitación. El hombre tragó saliva, sintió como una especie de pinchazo en el pecho. En ese momento lo que más deseaba era acariciar y besar a la mujer con la que había pasado la noche. Subió la persiana de la ventana para que entrara la luz del día. Con un sentimiento de tristeza se fue a la ducha pensando en los labios suaves y húmedos de la chica. Se vistió recordando a la prostituta en medio de la carretera haciéndole detener el coche.
Fue entonces, cogiendo el reloj de la mesita, cuando vio un sobre con una nota;
Querido Antonio,
Te agradezco todo lo que has hecho por mí. No sé si volveremos a vernos, espero que sí. No podré olvidarte, tus besos y tus caricias han significado mucho más de lo que puedo explicarte en esta nota.
Siempre tuya,
Ana
PD “Cómprate un coche”
Junto a la nota, Habían 12.000 Euros en billetes de 500€. Antonio perplejo se sentó en la cama con los billetes en una mano y la nota en la otra. |