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Mi mirada se alza fugazmente por encima del libro para contemplar el paso del tiempo que se deja ver en estas calles de la ciudad Condal. Sólo durante unos breves instantes soy capaz de apartar la vista de las hojas que leo repetitivamente sin cesar. Hace ya mucho tiempo, más de diez años, que soy prisionero de este libro que me obliga a deambular sin pausa por estas calles de Barcelona. Nunca me detengo, no siento hambre ni sed, el cansancio físico ahora sólo es un vago recuerdo. Día tras día recorro las mismas calles, guiado por la fuerza maléfica que emana de este libro.
Mi recorrido empieza en una plaza de forma triangular, la plaza Urquinaona. Entonces desde ésta, enfilando la ronda Sant Pere, me planto en el paseo Lluís Companys. Dejo atrás las farolas modernistas que flanquean el paseo dedicado a la memoria del Presidente fusilado, y entonces, desde el paseo de Pujades, con el parque de la Ciutadella a mi izquierda, me dirijo a la calle Comerç. Una vez en esta calle, mis pasos se dirigen de nuevo al Paseo Lluís Companys, y vuelvo por donde vine a la Plaza Urquinaona.
Día y noche, año tras año, sin interrupción realizo el mismo itinerario. Estoy preso en estas calles y sometido a los misteriosos designios del libro que me acompaña en este deambular perpetuo. Ando y leo contra mis deseos, mi voluntad ha sido aplacada por la oscura fuerza que proviene de este libro. No puedo hablar ni gritar, ni tampoco pedir auxilio a las personas que se cruzan en mi camino. Nadie ha intentado detenerme en todo este tiempo, sólo algún turista despistado me ha dirigido la palabra para preguntarme por alguna calle o algún lugar conocido, pero me ha sido imposible responder, soy un prisionero sin derecho a hablar con nadie.
La gélida lluvia cae esta noche sobre la ciudad condal al mismo tiempo que vago bajo la mortecina luz de las farolas modernistas con mi cuerpo empapado. Y pese a esta lluvia, el libro permanece seco, cómo si estuviera protegido por una fantasmal e invisible mampara. Mi impávido rostro es golpeado por miles de gotas de agua que son empujadas por las fuertes ráfagas de viento que soplan inesperadamente desde cualquier dirección. No importa, sigo leyendo este libro sin cesar mientras continuo mi sempiterno recorrido. Y ahora, cuando vuelvo a llegar a la plaza Urquinaona, me viene a la memoria cómo empezó mi desdicha, hace ya diez años.
Por aquél entonces trabajaba en una oficina de la Ronda de Sant Pere. En mis idas y venidas de la oficina, empecé a fijarme en un tipo flaco que veía frecuentemente por la calle con un libro en la mano. El hombre con la mirada pegada al libro siempre vestía un traje oscuro y unos zapatos negros e impolutos. Pasaban los meses y no había día que fuera a trabajar y que no viera al misterioso hombre. Me parecía muy extraño y misterioso ver al tipo flaco cada día por la ronda de Sant Pere con su libro en la mano, leyéndolo sin prestar atención a su alrededor.
Fueron pasando los meses, y aquel hombre me traía de cabeza. Un día de agosto, bajo el sol inmisericorde de verano, me crucé con el misterioso hombre cuando me dirigía a un restaurante para comer algo. Me detuve y me volví para observar al tipo flaco que se alejaba, preguntándome qué estaría leyendo. Siempre que me cruzaba con él llevaba el mismo libro de tapas rojas con título en negro; Oitcidelam. Indagué esta palabra en Internet, pero los buscadores no me devolvían ninguna referencia respecto a Oitcidelam. Realmente estaba intrigado, me preguntaba que debía estar leyendo. Cada día que pasaba se acrecentaba mi deseo de averiguarlo.
Era una mañana otoñal con el cielo azul y cristalino cuando observé al misterioso hombre acercarse a mí leyendo el libro. Tragué saliva y esperé a que llegara a mi altura.
–Buenos días, permítame una pregunta –Dije cuando ya lo tenía frente a mí.
El tipo me miró fugazmente con sus ojos oscuros e inescrutables y continuó su marcha sin decirme nada. Su mirada me impresionó, provocándome una inmensa tristeza. Me volví y corrí tras él.
–Perdone que le moleste, por curiosidad… ¿Qué está leyendo? –Pregunté cuando ya casi alcanzaba al tipo flaco en la plaza Urquinaona.
El hombre vestido de negro se detuvo y se volvió exhibiendo una sonrisa canina al mismo tiempo que me observaba con sus ojos insondables. Me quedé petrificado ante aquélla mirada y fue entonces cuando el tipo se desvaneció frente a mí mientras el libro de tapas rojas caía al suelo. Impresionado y sin saber que había sucedido, recogí el libro. Miré la tapa frontal y el título Oitcidelam desapareció lentamente al mismo tiempo que surgía un nuevo título: Maledictio. Aterrorizado ante la lectura del nuevo título, sentí una fuerza fría y brutal que me transmitía el libro que asía con mis manos. Pude observar cómo mi vestimenta había cambiado, ahora vestía cómo el hombre flaco. Quise soltar el maléfico libro, pero éste me dominó y me obligó a caminar por la ronda de Sant Pere haciéndome leer su primera hoja.
Soy prisionero de una maldición y vago por las calles de esta ciudad, día y noche. Soy un alma en pena que sólo espera liberarse de este maleficio por medio de una pregunta que alguien tiene que formularme en la plaza Urquinaona: “¿Qué está leyendo?”

Texto agregado el 17-10-2008, y leído por 139 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
01-11-2008 Felicidades por ser tan creativo. luper
 
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