Todo estaba dispuesto para la pesca del “Gran Blanco”. Durante dos semanas había cebado con cabezas y vísceras de atún todo el área de captura del impresionante pez. Un escualo de más de cuatro metros de longitud, casi tres toneladas de peso y al que ya había visto en alguna ocasión dar buena cuenta de los pedazos de atún despedazado. Ahora le había llegado su momento y él, en solitario, le capturaría. Sabía mucho de pesca, de peces y de hombres. El truco siempre consistía en encotrar el cebo adecuado y lanzar la caña en el momento justo. De esta manera James A. Worrick Jr. había logrado, a partir de la nada, y a pesar de su juventud, convertirse en uno de los hombres de negocios más acaudalados de toda la costa este. Recordó el último hombre al que terminaba de arruinar, un político mediocre que no aceptó su sugerencia de recalificar unos terrenos junto a Palm Beach en los que buscaba construir un impresionante complejo hotelero. El hombre se había resistido tercamente a pesar de sus ofertas. Indagó sobre su vida y le encontró una antigua novia de juventud. Ella actualmente ejercía la prostitución en las calles de Fort Lauderdale. Él lo ignoraba y no rehuyó el encuentro aparentemente casual con su ex compañera. Una cena en un restaurante de lujo y dos periodistas convenientemente ubicados hicieron el resto. El político hubo de dimitir en medio de un escándalo y su sustituto no había tenido tantos remilgos a la hora de recalificar los terrenos. Con la primera venta, James A. Worrick se había comprado ese nuevo barco, 60 pies de eslora, en el que ahora se encontraba. Preparó la potera de cinco garfios, tan grande como su mano, cubriéndola con una cabeza de atún todavía sangrante. Sujetó la caña de fibra de vidrio al anclaje situado en la bañera de popa y aplicó un potente motor eléctrico al carrete. El dispositivo solamente serviría para sujetar al gran pez el tiempo suficiente hasta lograr clavarle un arpón con carga explosiva. El resto sería fácil…
Un “Hola” interrumpió sus pensamientos. Desvió la mirada hacia la amura de babor. ¿Cómo era posible? Iba solo en el barco pero una hermosa mujer, semidesnuda, con el cabello rubio cayéndole sobre los hombros le sonreía de manera inequívocamente provovadora. Se acercó a ella. ¿Quién eres? -Preguntó. Ella no dijo nada y aplicó su boca en un profundo beso. Estaba fría pero su piel era suave y su beso sabía a mar. Él, sorprendido, se dejó abrazar y sus manos recorrieron el cuerpo de ella. Sintió un fuerte tirón y cayó por la borda. La mujer continuaba abrazada, cada vez más fuertemente y notó como su peso le arrastraba hacia el fondo. Entonces vio las fauces abiertas. El gran pez se acercaba nadando en círculos. Lo comprendió todo antes de morir. Ella era el cebo y, por esta vez, él, la presa.
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