Mis relatos empezaron a volverse tediosos, es más, ni ganas tenía de terminarlos, muchos se quedaban en simple idea o frases de muy pocas líneas. Así me hice de gran cantidad de folios, de bocetos de cuentos y novelas pero que nunca llegaban a entrar en el corazón de lo que había planeado. Fue entonces que decidí hacer un alto en mi vida, salí a cenar en el mejor de los restaurantes de la ciudad; quería darme un gran, pero caro, gusto.
Después de bañarme y cambiarme, salí con rumbo al restaurante, del cual sabía ya algunas cosas, como el precio elevado y la variedad de los platos, la excelente atención, entre otras cosas. Pero nunca pensé que encontraría el mejor de los alimentos para un escritor.
Caminé despacio, no tenía mucha prisa. Pude ver gran variedad de personas en mi camino. Ancianos, niños, niñas, jóvenos y jóvenas –no se preocupen, no es una falta ortográfica por ignorancia, es una falta al propósito- parejas de esposos, mascotas, sentía el correr del viento, hojas caídas de los árboles, todo el mundo era una posibilidad de personajes y de historias. Pero no les di mayor importancia.
-“Me permite su abrigo señor”- me dijo un muchacho que estaba en la puerta del restaurante. Me indicaron una mesa para dos y me senté, esperaba que lo que necesitaba llegara en algún momento. Pedí una sopa como entrada. No demoró mucho. -“Le manda el señor de aquella mesa”- me dijo el mesero cuando llegó con una botella de vino. Por mi cabeza pasaron varias ideas mientras tomaba nerviosamente mi sopa. -“¿Por qué un hombre me mandará una botella de vino a mí, un hombre? ¿Será homosexual? ¿Será un conocido?”-. Pero su rostro no lo recordaba.
Después pedí mi segundo plato. -“Le manda la señorita de aquella mesa”- me dijo el mesero mientras me daba una tarjeta y señalaba la misma mesa donde estaba el hombre. No podía creerlo, el señor se volvió una mujer, la más hermosa que había visto. La tarjeta decía: “Llevo tiempo buscándote, estando a tu lado pero tú nunca me vez y hoy he decidido ir yo a tu encuentro: ¡prepárate! ¡Voy para allá!” Cuando volteé, la mujer más hermosa del mundo ya no estaba.
Pasó cerca de media hora, ese día comí más lento que de costumbre. Volteaba cada cinco o diez minutos, la silla seguía vacía. No entendía lo que la tarjeta me decía pero iba a saberlo pronto. -“Señor, le manda el niño de aquella mesa”-.
Con algo de miedo, volteé otra vez y vi que ahora era un niño el que me mandó una torta de chocolate como postre. No podía creerlo. El niño se levantó, tomó rumbo hacía donde estaba sentado y, en su trayecto, fue cambiando de forma, se transformó en la mujer de la tarjeta, luego en el hombre del vino, pasó a ser el anciano que vi en mi camino al restaurante, se desvaneció y sentí una fresca brisa. Desapareció. Mi alrededor estaba detenido, el tiempo no pasaba.
“Ahora escribiremos un relato, me tomarás y verás que voy a hacer posible que tu corazón palpite con cada palabra que escribas, con cada sentimiento que pongas en el papel, con cada experiencia mía que decidas expresar” me dijo una voz que zumbaba, no externamente a mí, pues los demás lo hubieran escuchado también, sino por el contrario, sonaba en mi interior.
Sonó el despertador. Como siempre, me levantaba violento a apagarlo. -“¿Fue un sueño?”-. No lo sabía pero después que me levanté, fui a mi escritorio a buscar un cigarrillo. “MI PERSONAJE Y YO” decía una hoja que estaba encima, junto con este relato. Debajo de éste había cerca de seis relatos que al leerlos, no sabía como los había hecho, es más, dudaba que los hubiera hecho. Transmitían lo que quería. Gracias.
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