Recuerdo a una de mis primeras profesoras, dueña ella de un operático nombre: Aída. Nítida en mi mente aparece su imagen de mujer joven, vigorosa y alta, suponiendo que esa estatura se realzaba por ser yo muy pequeño a mis doce años.
Ella, usaba unas amplias faldas tipo plato, muy de moda en aquellos años y unos zapatos de tacones moderados. Recuerdo que, interesada en que yo canalizara mi vocación de dibujante, fue a casa de mis padres y les recomendó que me inscribieran en algún instituto en que se impartiera la enseñanza artística. No dispuesta a que yo dilapidara mi “talento”, me acompañó más tarde a la Escuela de Artes y Oficios para que me postulara en dicho plantel. Al final, esto no cuajó y fui a parar al Darío Salas.
En la misma escuela de la profesora Aída, impartía clases de Ciencias Naturales el profesor Glasilovich, un personaje de mirada fría, carácter duro, acaso heredado de las estepas, de las cuales provenían sus antecesores, quienes, al parecer, le legaron también, un espíritu de castigador compulsivo. Pero, a no engañarse, ya que en el interior de su ancestro nórdico, latía un corazón consecuente, que premiaba con esa misma compulsividad, a los alumnos destacados. Supe, pues, de estas vicisitudes, al encontrarme en los límites del abismo, a un paso de sus varillazos y también, de sus elogios, cuando atinaba con las respuestas de una sesuda prueba. Esto, ameritaba que nos viéramos obligados a colocarnos de pie y ser destacados ante el resto de los alumnos, cuando alguna autoridad se dignaba a inspeccionar la clase.
También, recuerdo al señor Cárdenas, profesor de Historia, quien nos instruía, entre otros temas, sobre la Conquista, Reconquista e Independencia de nuestro país, pero, jamás nos contó la suya, una historia que se nos imaginaba sórdida y violenta, al carecer el mentado profesor de uno de sus brazos, perdido quizás en que avatares de la vida.
Año tras año, los maestros se fueron sucediendo, algunos, muy entretenidos y otros, haciendo latosa hasta lo imposible, la que podría haber sido una clase fascinante. Aún así, hasta la lata daba puntuación y era importante aprendérsela de memoria.
Hoy, en que se celebra el Día del Profesor, acuden a mi recuerdo a todos los que me entregaron conocimientos, cada uno utilizando sus métodos y cada cual con sus características personales. Pero, siempre prevalecerán mis primeros maestros, acaso los más esforzados, los que me modelaron con sus dedos vocacionales, tal si yo fuese un simple muñeco de arcilla, al cual debía entregársele vida y acervo. Ellos, se quedaron en mis recuerdos y, por supuesto, engarzados para siempre en mi corazón…
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