De las sobras del desayuno, todavia podia divisar al ojo muerto de mi abuela. Reptaba por sobre la servilleta levemente doblada, como le gustaba tanto dejarlas a mi madre, rodó por entre los tenedores, para deslizarse casi burlescamente por el mantel hasta caer al suelo.
Si en ese mismo segundo no tocan el timbre no hubiese sabido que hacer. Asi que me levanté, me sacudi un polvo que no existia y me dirigi hasta la entrada. El cartero me mira un poco extrañado. Luego me pasa un fajo de correspondencia. Folletos sobre todo. Me hace firmar un trozo de burocracia y me pregunta si le puedo dar un vaso de jugo. Me hecho hacia atrás y miro por sobre la puerta hasta la cocina. Mi abuela está tirada en el suelo, y a unos metros de ella su ojo moribundo salpicando un charquito de sangre. Miro para decirle que no, pero no pude... que mñas da de todos modos.
"Claro, venga". Voy camino al refrigerador para sacar el jugo de naranjas, al mismo tiempo que miro la cuenca ensangrentada del rostro de mi abuela y siento la puerta cerrarse tras de mi.