Lo sucedido últimamente
Enrique Gómez le subió el volumen a su celular, y se oyó en todo el curso la lenta cumbia. Parecía escucharla con una extrema concentración, cerrando los ojos y acompañando el ritmo con el cuello.
“Este tiene el cerebro casi totalmente quemado” pensé (reconozco ahora, con un sadismo propio de mi edad), y, resignándome a terminar la tarea de matemáticas, cerré el cuaderno cuadriculado tamaño oficio y lo eché dentro de la mochila negra que se encontraba tirada en el piso, a la derecha de mi banco.
El profesor de matemáticas, con su clásica campera azul marino impermeable y forrada por dentro con polar, se levantó.
En la escuela Sarmiento, de la ciudad de San…, aprendían quienes querían, y quién quisiera pasar de año lo hacía sin grandes dificultades. Sin embargo, la situación no cambiaba en cualquier escuela pública o privada de la zona. El problema es, pienso, que se nos empareja hacia abajo, y el exceso de comprensión y aceptación tácita hacia quienes no tienen interés alguno por el estudio se eleva.
La mía es una escuela a la cual concurren, como yo, chicos de clase media y más allá del juego de palabras, no se justifica la actitud mediocre con que se manejan aquí las cosas e intentan (y en algunos casos logran) inculcarnos desde arriba.
Entonces, me surgió:
Tiza, tinta, aula, borrón
relajado ambiente, lío
las paredes, los bancos rayados
van guardando el secreto
de mi profundo desprecio
por mi aula, feliz
Calle, auto, Sol pesado
aire, viento con tierra
chorrillero ingrato,
vas guardando el secreto
de mi profundo desprecio
por mi querido San Luis
Esto se me ocurrió, reconozco ahora, con un sadismo propio de mi edad.
-Chau, chicos, hasta la semana que viene- exclamó el profe, sin que más de dos o tres lo escucháramos. El curso estaba en otra, ya se prendían nuevos celulares y el aula se empapó de sonidos mezclados: músicas, gritos, risas, un intercambio variado de prejuicios de toda índole, expresados sin pudor de ninguna clase, sin que sus emisores se percataran de que, justamente en la escuela se debe aprender a aceptar lo diferente, o, de otra manera, a aprender que aunque nuestra naturaleza humana nos lleve a temerle a los contrastes (casi como algo patológico), debemos aprender a sobreponernos a ella, como si fuéramos ángeles en medio del bajo mundo, y todos los demonios nos invitaran a cometer e imitar sus actos sin remordimiento o castigo alguno. Quizás el jefe de esos demonios se llame mala educación. Quizás indiferencia. El profesor de Historia ingresa al aula. Quizás seamos todos nosotros, pensé, reconozco ahora, con un sadismo propio de mi edad.
|