Un día a la vez
Llega de repente el viento del este, la vida se vuelve tan frágil como inútil, como el pedazo más fuerte de la ventana que se quebró, que igual será desechado. Rompe un par de hilos: cae el telón y se va arrastrando. Se lleva a los sueños y a sus sombras, cambiando en un segundo todo lo que me rodea.
Me descubro en un desierto de sal, muerto de sed, también se ha ido el agua. Camino hacia ningún lado, a veces más aprisa; movido por alucinaciones y desvaríos que me provoca el omnipresente sol. A veces mareado y con la vista borrosa: solo doy pasos al azar, causa también del mismo culpable. Si decido no caminar se me quema la piel de la espalda y las plantas de los pies. Lloro sin lágrimas y sin llanto, sólo yo lo sé. Se me pega la lengua al paladar. Mis labios agrietados se despegan entre sí y de los dientes, quien no me conoce pensará que estoy sonriendo. Quiero llegar y no sé a dónde, quiero avanzar, aunque no sé para qué. Mi meta más agradable es desfallecer y perder el sentido, para no despertar, y si despierto: cubierto de pasto y hierbas altas. Pero no caigo, ni llego a nada. No reconozco nada, no hay camino, y no hay una huella de más que mis presentes pasos. Mis ojos duelen. Hace mucho tiempo que no parpadeo, siento cómo se agrietan mis pupilas y las escucho crujir. Mi alma de hojaldre se descompone en hojuelas para hormigas, si aquí hubiera hormigas. Es cuando creo que va a terminar. Entonces sucede: desaparecen mis sentidos y en la obscuridad del silencio: sólo pienso. Y el pensamiento me aturde, me taladra la cabeza con las mismas preguntas que respondí ayer, antier, el año pasado. A veces se disfrazan. Aveces sínicas y soberbias se presentan como el primer día, y como el primer día las respondo, las pienso una y veinte veces, y cambio la respuesta cada vez, para encontrarme al final con las mismas dudas, sólo que fortalecidas y burlonas. Sus carcajadas retumban como el trueno y se desvanecen hasta nunca desaparecer. Me duele la nuca y se me cierra la garganta. Junto todas mis fuerzas y aspiro. Se llenan mis pulmones de aire fresco, sonrío. Vuelven a mí mis sentidos, exhalo para purificar mis pulmones y volver a aspirar, pero ya no hay aire; es agua salada. La nausea me provoca el vómito, pero en mi garganta hay una piedra de sal. El vómito me llena los pulmones. Ahora sí, estoy seguro: todo va a terminar.
Abro los ojos con el tono del celular, vegeto unos minutos o más, me levanto cuando me lo manda el habito. Tres litros de lágrimas tratan de salir durante todo el día, a veces lo logran una o dos, y busco a la soledad para no encontrarme a la vergüenza. Me rodea una realidad que no existe, como un telón de teatro roído y percudido que ha olvidado cómo engañar a nadie, tratando de convencerme de un escenario falso para una comedia sin lógica, donde el que iba a pintar la felicidad se quedó sin pintura a medio trabajo. Los empellones de la muchedumbre me hacen caminar en su mismo sentido, pero resistiéndome a cada paso. Solo yo veo claramente cómo todas las metas, todos los sueños y todas las ilusiones: son palillos unidos con miel. Veo la cara de cada quien y veo escarabajos, todos para arriba y para abajo, todos orgullos y rodando su bola de caca. Y el más orgulloso de todos: el que ha logrado juntar más caca.
Sé que la realidad se acabará en cualquier momento, quizás al atardecer, si regresa el mismo viento. Cuando se la lleve junto con la muchedumbre y el viejo telón. Cuando vuelva la sequedad y el infinito calor. Cuando reaparezca en el lugar de siempre. Cuando me sienta vivo gracias a la certidumbre de la muerte. Esperaré pues la tarde, para revolcarme en mis dudas. Para que unos segundos de viento potente me lleven a desear una muerte de vómito y sal, con la tonta esperanza de algún sentido encontrar.
LAHR
|