SUSANA
Carnaval de año sesenta y dos. Fuimos a bailar al salón Mitre. Se bailaba en planta baja, en el primer piso y en el sexto que era una terraza. Estaba lleno de gente, así que nos fuimos a la terraza, aparte por el tema del calor.
En el grupo de las chicas estaban Susana, María Helena, Porota, la hermana de Porota, Cristina, Nelly y Olga. Nosotros éramos Bicho, Dante, Nino, Jorge y yo.
El ambiente estaba pesado, las chicas protestaban porque se les pegaba el papel picado en el cuerpo transpirado. Olga repartía patadas defendiendo su peinado, algunos intentaban bailar twist o rock pero se hacía imposible.
Arriba se estaba mucho mejor y ya habían puesto las bebidas.
Ese día me invadía una extraña sensación, a pesar de todo el bullicio percibía ciertas cosas que me llamaban la atención, como un cielo estrellado y la maravillosa visión que puede ofrecer un Buenos Aires nocturno. Cuando me pasan estas cosas raras, todo se cubre con el velo gris-azul de la melancolía y para desligarme de esto me puse a bailar con todas las chicas, moviéndome al compás de la multitud.
Luego no se porque causa, pues no habíamos tomado más que un poco de cerveza y coca cola, me fui poniendo más contento. O por lo memos hacia lo que una persona normal hace cuando se divierte: reíamos, hacíamos rondas, jugando más que bailar.
A las dos o tres de la mañana estábamos todos cansados y no teníamos mesa. Entonces nos sentamos parte en un tablón colocado al lado del mostrador que despachaban bebidas y otros en un escaloncito que había en el suelo. Nos turnábamos para sentarnos porque solo lo podíamos hacer de a tres o cuatro. Fumábamos y bromeábamos.
María Helena se sentaba un rato arriba de Porota o sobre mi con su pelo lleno de papel picado.
Por hacer un chiste uno de los chicos le preguntó a una viejita de unos setenta años ,que no sabíamos que hacia ahí, si bailaba el twist, y ella lo mas campante le contesto que ahora no, porque sufría del corazón.
Había menos gente. Estaba más fresco.
Luego…aquello.
Susana se sienta sobre míd piernas y para impedir que le tiren papel picado en la boca, se abraza a mí, escondiendo su cara, en el ángulo que formaba mi cabeza con mi hombro izquierdo. Yo, para no perder el equilibrio y no caer de espaldas, sobre una pila de escombros me abracé mas a ella, fuerte, como queriendo aprisionar no su cuerpo sino el tiempo, para prologar aquel momento no se hasta que punto.
Cualquiera al leer esto pensará sin duda en lo material, en lo físico. Lo mismo pensaban los muchachos de mi grupo que ya empezaban a rumorear cosas que oí pero no escuché.
Pero en ese momento yo estaba en un momento de irrealidad tan grande que lo material no existía.
Todo mi ser ya no era algo material. Yo era puro sentimiento.
Lo que recuerdo, lo que recordaré siempre fue eso. Por un instante, por un momento me sentí elegido, querido. Ese sentimiento! Nació así, sin saber de donde y sorprendiéndome a mi mismo, pues tenía conciencia de que nacía de algo pequeño, algo que me aferraba con toda mi alma.
Quise analizar, pensé queriendo encontrar una razón para todo eso. Lo único que se me ocurrió fue lo siguiente: en este último tiempo yo estaba pasando por una etapa de “crisis” que es un decir, porque es lo que predomina en mí. Una especie de sensación de inutilidad. Pero de pronto al ver que ella buscaba protección en mí, pudiendo hacerlo en cualquier otro, me hizo sentir de esa forma tan extraña y maravillosa.
Pasaron unos días y salimos más o menos con el mismo grupo. Otra vez de baile. Fue todo muy divertido y la noche se hizo larga. Esperamos a las chicas que buscaran sus cosas en los guardarropas y nos fuimos caminando lentamente por la calle sin rumbo fijo.
En determinado lugar, donde la calle se hacía mas oscura, aprovechando que parte del grupo se adelantaba, Susana me pidió que nos quedáramos parados, para ver si reaccionaba alguien que anticipábamos sería María Helena o el Rafa.
Efectivamente cuando todos estaban adelante María Helena empezó a decir ¿Y Susana?
¿Y Alfredo? ¿Qué les pasó? ¿Dónde están? Nosotros muertos de risa y ella pensando que nos sentíamos mal. La empezamos a cargar diciéndole que era una quemadora.
Cuando Susana y yo nos detuvimos en la oscuridad, volví a sentir esa extraña sensación parecida a la que había sentido el domingo anterior.
En el lapso de tiempo que había pasado, desde que nos detuvimos, hasta que María Helena vino a buscarnos quedamos abrazados, quietos, sin decir nada en la oscuridad.
Se escuchaba música a lo lejos y nuestra respiración, expectante a la espera del grito de alarma que esperábamos se prologara todo el tiempo posible. En ese instante, nuestra pueril complicidad en un acto tan intrascendental, me hizo sentir mas cerca, mas unido a ella que nunca. Nuestro físicos, colocados en una misma actitud, nuestras miradas fijas en un mismo punto, nuestra sonrisas provocadas por la misma causa, nuestros sentidos en general, alerta a una reacción que los dos esperábamos de la misma persona.
Todo eso me hizo sentir que por unos instantes, ella y yo formábamos una misma persona. En verdad, no se si ella habrá sentido lo mismo o algo parecido. Algo debe haber experimentado, ya que luego al seguir caminando me sorprende con una pregunta:
¿No es cierto que nunca me vas a abandonar, que nunca me vas a dejar? Yo le conteste que no, que por mi parte nunca habría que temer eso, pero si que tenía miedo de que fuera ella la que algún día, por una razón u otra no pudiera seguir siendo mi amiga y mi gran amor. Más tarde me explicaría que lo dijo por algo que le rondaba la cabeza. Que siendo como era ella los amigos le duraría lo que dura la juventud, la belleza y que temía el día el pudiera sentirse sola.
Desde ese día supo dos cosas, que nuestras vidas iban a ser muy diferentes, pero que siempre un hilo conductor nos mantendría unidos y que a ella siempre la iba a amar toda la vida.
Alfredo a los veinte años
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