“El Paso inestable” es un minúsculo pueblito que está ubicado exactamente a 27 kilómetros de la prestigiosa ciudad de “La pradera Soho”. Son 27.000 interminables metros de tierra cuarteada, seca y colorada que separan el futuro y la prosperidad del estancamiento total.
A medida que uno acorta la distancia en su camino de regreso a “El Paso”, puede ver la pastura que metros atrás brillaba verde y fresca, poco a poco desaparecer hundida y reseca en las grietas que hieren el paisaje, la piel del pueblo. A esto hay que sumarle la absoluta carencia de medios masivos de transporte, de una fauna alegre (se han podido catalogar solo 3 lagartijas y una rana en los últimos 2 años), y de cualquier tipo de tecnología esté o no aplicada al ocio. En un análisis poco profundo, podemos concluir casi con exactitud que “El Paso” es un pueblo donde nunca pasa nada, y esto es contraproducente para mi profesión, ya que yo soy periodista.
En esta clase de infiernos… perdón… de pueblos, cualquier ínfimo acontecimiento, cualquier noticia pequeña, chiquita, diminuta, es una GRAN NOTICIA, un ACONTECIMIENTO EXCLUSIVO e IRREPETIBLE (si, así en mayúsculas). Por ejemplo, este ojo en compota que delata mi rostro, producto de un hermano celoso, pasaría desapercibido en el Herald de “La Pradera Soho”, pero aquí en “El Paso” sería tapa de nuestro diario: “La chaucha indiscreta”. Gracias a Dios tengo dignidad, y no hice pública mi desgracia.
Tras horas, días y meses de castigar duramente mi cerebro, sometiéndolo a una exhaustiva e inquisitoria búsqueda de ideas, luego de un largo adormecimiento creativo, al fin se me ocurrió una nota, un informe que me elevará a los mas altos cánones del periodismo, y sacará a flote a este inmundo y cochambroso pueblo de utilería.
Antes de usufructuar esa “idea”, antes de convertirla en noticia, sería bueno ilustrar el contexto necesario en el cual se desarrollará. O sea, describir una de las pocas actividades que se realiza, se disfruta y se perfecciona en “El Paso”: el fútbol. Como cualquier pueblo que pertenezca a este país, aquí el fútbol es ley y moneda corriente. De práctica diaria (y nocturna), la pelota rueda sobre la tierra reseca apenas el sol comienza a interrogarnos desde arriba y logra esconder la sombra de los pocos árboles que existen justo debajo de sus copas. En ese momento exacto, cuando las viejas son reclutadas por las novelas del mediodía, justo en ese instante aflora el único talento de los pueblerinos, el llamado “deporte Rey” se expresa en todas sus formas en las calles rasposas y duras de “El Paso”.
Aunque mi pueblito (si, de a poco le voy tomando cariño) este apartado de toda conexión con la realidad mundial, esta especie de “macondo” logra atraer a más de un forastero mediodía tras mediodía. La razón de este “turismo Express” fue explicado pocas palabras atrás: el fútbol. Vaya Dios a saber por qué, el ADN de los “Paseños”, carente de inspiración para el arte, dedicación para los números y pasión para los trabajos en general, posee un ángel especial a la hora de tratar la redonda de cuero. Y esta información fue llegando a bocas de los buscadores de talentos de los pueblos y ciudades aledañas. Así que es común ver en los picados del mediodía a una gran cantidad de “mirones” observando los partidos más que entretenidos, hasta ilusionados e interesados.
Dicho ADN futbolístico abarca una gran gama de características. Están los férreos y esforzados, de futbol no tan lucido, pero de garra infinita y marca quirúrgica. Un ejemplo es el afamado central de 17 primaveras, el rocoso “Tucu” ILLio Penosa. Su mirada casi indígena es capaz de arrebatarle el balón de los pies antes que su propia marca.
También hay una estirpe importante de arqueros, de porteros eléctricos y elásticos, de manos seguras y sonrisa campechana. Una clara demostración de estas cualidades se engloban en Mansilla “el leopardo con guantes” Lopecito. Un buenacho de casi 2 metros, con manos como palmeras y reflejos de gato montes.
Obviamente existe la exquisitez, la velocidad y el buen pie en “El Paso”. Varios se podrían enumerar tras estas filas del juego elegante y audaz. Muchos pretenden llevar el estandarte de la pegada precisa y el pase inesperado. De todos estos, la mayoría tendrá la suerte de poner a prueba a su destino en distintos equipos del interior, y si alguno posee las ganas, la fuerza y la suerte necesaria, llegará a jugar en algún club del fútbol grande.
Igualmente tanta presentación, tantas pompas y fanfarrias no sirven de mucho y se quedan cortísimas a la hora de presentar a la persona que sacará del mapa chico a nuestro pueblo, para ponerlo en lo más alto del recordatorio nacional. Aquel personaje mágico, que con su infinito don hará de mi un prestigioso periodista deportivo.
No hay que saber mucho del tema ni tener varios mundiales encima para darse cuenta de lo distinto que brilla esta estrella. Es cuestión de mirar su andar elegante y pausado en las canchas. Su quijada, siempre elevada, como soberbia ante la marca contraria. De ojos precisos y punzantes, siempre clavados en los del contrario, parece que la pelota sabe que en ningún otro lugar será tratada con esa dulzura y cuidado, por eso nunca la deja. El toque de su pie izquierdo acaricia el cuero curtido de la pelota como una madre lo hace con un recién nacido. Ese mismo pie que parece tener más articulaciones que las médicamente conocidas, controla, domina, casi esclaviza los designios de la pelota durante el partido. Ni recientes estudios han podido demostrar que es lo que realmente anula a los marcadores que tratan de quitarle el balón a la verdadera estrella de “El Paso”, esa que lleva la 10 en la espalda. Todas estas aparentes exageraciones se hacen infinitas al enterarse que en solo 15 años de vida alguien puede alcanzar tal nivel de perfección en el arte de chutar un globo de cuero inflado.
Es cuestión de ser un buen observador, de tener algo de memoria. Es conocido el peculiar placer del Tucu Illio por enviar delanteros con su amigo el traumatólogo del pueblo. También es conocido el día en el que este verdadero “asesino serial”, el Tucu, quedo hipnotizado ante la mágica finta realizada con ese 10 en la espalda. 10 que brilla como en ningún otro jugador, brillo que atrae a fisgones, críticos y buscadores de talento al pueblo.
Desde que esa zurda piso el campo de juego, cientos trataron de llevarse a este diamante en bruto fuera del pueblo. Pero la única marca que nunca pudo doblegar es la de su hermano mayor, el apodado “gigante de Rodas”. El enorme Juanco Sirpalluto, es el único hermano que posee nuestra estrella, y no solo es su representante y consejero, sino que también es su guarda espaldas.
Como periodista, conozco a todos en el pueblo, y obviamente también conozco a Juanco. Redondeando, ayer yo me crucé con “El Gigante” y hablamos de todo un poco. Me dijo que estaba muy preocupado por que todos acosaban su pepita de oro y que el consideraba que aun era menor para probar suerte en la gran ciudad, además como hermano mayor era muy celoso de lo que se decía. Y yo, incisivo, punzante, intrépido, o sea bocón como siempre me gané este ojo en compota. Es que soy periodista y a pesar de sus conocidos celos no pude evitar preguntarle qué se sentía ser representante y hermano de una mina que juega tan bien a la pelota, y además está tan pero tan buena.
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