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Lugar siniestro este mundo, caballeros.
Gógol


I
“Tus deseos son ordenes”. La frase es sugerente, ingeniosa, tiene gancho. Es cierto, sólo la entendemos los que, un día, nos hemos asomado, sólo asomado, a ese mundo. Una vez más, me detengo a leerla en el cartel que cuelga a la entrada de la casona y, como siempre, sin animarme, continúo mi camino cabizbajo, arrastrando los pies.
Llego al banco. Ocupo mi puesto de cajero. Algunos hombres grises me darán dinero, a otros les entregaré pilas de billetes prolijamente ordenados. Mis manos se ennegrecerán, como de costumbre. Yo también soy un hombre gris.

II
Debo tomar las riendas de mi vida, me animé a decirle al verla llegar con el desayuno, como todas las mañanas. Se limitó a sonreír, a acariciarme suavemente el pecho. Pero de nada le servirá, hoy me he decidido. Ni le servirá deslizarse esta noche entre las sábanas de mi cama, en la oscuridad, y bajar su mano por mi vientre, mientras yo no me atrevo a abrir los ojos.
Papá hizo bien en marcharse. Ella teje su telaraña, anestesia la voluntad con un amor redondo y espeso y te va devorando de a poco. Casi, casi, ni se siente. Pero se acabó.

III
Recorro su cuarto. Me cuesta reconocerme en una foto amarillenta que ha colocado en un portarretratos. Los cosméticos están prolijamente ordenados sobre la cómoda. A un lado, su peluca, esa que tanto le gusta. Me fascina revisar sus cosas. Sólo me alteran los alaridos que llegan desde el altillo. No resisto la tentación. Tomo el rouge y tiño de un rojo intenso mis labios. Me pruebo el postizo. Sí, me parezco mucho, demasiado, a ella, pienso al observarme con detenimiento en el espejo.
Otra vez llamándome a los gritos para que la libere de las correas, de la agonía. Me convenzo: debo amordazarla para poder dormir sin sobresaltos. Espero que las ratas, esas inmundas ratas hambrientas que tanto me ha costado cazar, hagan bien su trabajo. Y pronto.

IV
Hoy, antes de partir hacia el banco, he subido al altillo, y al mirar por una rendija de la puerta, supe lo que era la felicidad. Eso sí, mientras arrastraba el cuerpo deshecho a dentelladas no pude evitar algún recuerdo, un abrazo acogedor en una noche de tormenta.
Sólo algo más para que sea un día perfecto: me detengo en la casona del letrero y toco el timbre. Algunas palabras y el guardia me permite entrar. Cuando llego a la sala y me recibe el anfitrión, oculto su rostro tras esa hermosa capucha de látex, un escalofrío, un delicioso escalofrío, me recorre todo el cuerpo.

Texto agregado el 16-10-2008, y leído por 270 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
20-12-2008 Buff, muy bueno. Esa mente de criminal provoca escalofríos, pero esa misma mente, mueve bien tu pluma. Saludos. Zuro
24-10-2008 Intenso y bien escrito cuento que mantiene la tensión y atención desde "Tus" hasta "cuerpos" o sea primera y última palabra, que curioso pueden formar un título: Tus cuerpos.Un saludo cordial marxtuein
20-10-2008 ¡Pues vaya! ¡Pobre mujer! Bien narrado. Un saludo de SOL-O-LUNA
19-10-2008 Bastante críptico pero al final se entiende mejor. Le doy un Fa porque me quedó un gustito a más. Maria-Von-Trapp
 
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