Me senté a meditar. Pude hacerlo luego de mas de treinta años de práctica. Sentí la paz interior. Ya luego de una hora, abrí los ojos y pude sentir la diferencia. Era como si estuviera lleno de aires de dicha que hacían ver todo cuanto me rodeaba, hermoso. Me bañé, vestí, paseé al perro, desayuné, hablé con mi madre y antes de salir, acaricié a mi perro. La puerta se abrió y todo estaba igual que todos los días, pero, dentro de mí, había un contento, una llenura, una satisfacción. Agradecí a la vida y fui hacia mi centro laboral. En la puerta estaba el dueño del negocio. Puntual, me dijo. Le sonreí y entré al trabajo. Eramos mas de cien trabajadores y no todos éramos iguales. Todos hablaban de lo mismo de siempre: mujeres, dinero, deportes, trabajos, del dueño, de la noche pasada, del trabajo, etc. Nadie hablaba de la paz interior. Quizá porque no sabían cómo sentirla. Les miré a todos y muchos de ellos me miraron, preguntándome: ¿qué te pasa, pareces muy triste?, ¡tienes una cara aburrida!, te falta mujer, se te nota preocupado, etc. Les escuché a varios de ellos y a uno le dije que yo era como un espejo, y cada cual ve lo que siente dentro de ellos mismos. Sonrieron, luego callaron para al final seguir con sus cosas. Laboré hasta que dieron la hora de salida. Me cambié, lavé las manos. Me sentí contento sin razón y salí del centro laboral. Ya en la calle, el cielo se veía precioso. Nubes y Sol, cielo hermoso poblado de seres aladas, de imágenes imaginarias, de sueños de alguien que jamás veré... Subí al auto y no paré hasta llegar a mi casa. Saludé a mi madre, acaricié a mi perro, salimos, luego de una cena, a pasear con mi perro, y por último, entré a mi cuarto. Encendí la PC, la TV, la radio con un CD, y luego de llenarme de cosas bellas, cerré los ojos para entrar en ese lugar en donde hay tanta paz, y todo para cada uno de nosotros que tiene la sed de aquella paz imperecedera...