Tú, en tu ventana, a kilómetros de distancia, oteando la cordillera. Yo, acá, en la antípoda de tus pensamientos, contemplando las anaranjadas nubes del ocaso. Dándonos las espaldas como dos enemigos, sin imaginar que entre ese inmenso espacio que nos separa, se levantan casas, caminos, muros, indiferencia, turbas de seres que transitan en todas direcciones.
Nosotros, espalda con espalda, sin sentirnos, sin sabernos, mientras el rumor ciego de la ciudad se cuela por los intersticios de cada calle. Entretanto, algunos, cavilan, otros duermen y la mayoría, discute.
Pero, basta un llamado tuyo, para que la inconmensurable distancia se abrevie como si fuese un acordeón recogiéndose sobre sí mismo. Tu voz clara, dulce, resuena en mis oídos y, de inmediato, me imagino palpándote y sumergiéndome en tu mirada y ya no hay nada más que tú y yo, ambos bastándonos en este universo egotista y florido en que hemos decidido albergarnos…
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