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La Huella.

La lluvia comenzó de nuevo, las aguas aumentaron el peso de los ponchos y nuevos escalofríos recorrieron los espinazos de los hombres.

La noche se vino como una puerta: Diferente, sin el bordado de nerviosas esmeraldas. Ella era como una vieja manta, con enormes manchas que a veces rasgaba la luna, a asomarse por el oscuro huecote las nubes.

Los hombres siguieron adelantando, penetrando en el camino y en la noche, trillando lentamente las horas, amasándolas con el suave paso del piño de ovejas.

¿Qué ancestros infinitos, irá modulando el hombre tras el piño que no es de él? ¿Tanto pensar sin decir, tanto callar pensando?.

Ahora comenzó le viento a golpearles el pecho; el más viejo les habló a los otros dos:
- Con estas cerrazón no podemos seguir, pasaremos a capear, a donde don Remigio. Los hombres asintieron moviendo la cabeza.

Don Remigio, era sin comienzo, parecía que siempre estuvo ahí. A veces no se concibe la niñez en algunos hombres tan hombrazos.

Los perros anunciaron la presencia de los extraños, el viejo dejó el mate y salió, palpando a penas con sus dedos el revolver del siete. Nunca se sabe, que pasajeros trae la noche, el hombre para huir, y no volver a la pampa mata a veces.

Él mayor de los tres arrieros, elevó la voz:
-Buenas don Remigio, soy yo, Ventura Melín, vamos pegándole pa`al puerto y pasábamos a capear un poco.

¿Cuánto tiempo? hombre, dejen las ovejas por esa tranquera y vénganse con sus pilchas pa´ la cocina.

Ahora estaban los tres hombres sentados junto al viejo, envueltos en el sencillo calor de la cocina.

-¿Y quienes son eso amigos que te acompañan, Ventura?
- Este gordo de llama Aquiles Zúñiga, y es por ahí de Chile Chico, ¿Cómo no lo recuerda usted?, sí es el hijo de su compadre el finado Ortega.

EL viejo, miró al mozo profundamente buscando a su compadre en su fisonomía.
¿Cuál es tú nombre?, preguntó.
-Pedro, como mí padre contestó el muchacho.
El viejo llamó a su mujer con voz nerviosa.
- Adela, ven a saludar y trae la bota: Del cuarto del vecino surgió una mujer delgada envuelta en un chal, de su mano pendía una bota de vino.

El único que se detiene siempre en nuestra casa es el viento, Ventura, dijo la mujer saludando a los hombres, mientras la bota iba de mano en mano, Adela, ponía la hormo un pedazo de cordero.

¿Y qué es de su hijo, José? Preguntó Ventura, al viejo.
Nada he sabido de él, nunca la gustó la tierra, confesó le viejo con dolor.
Déjate de rengar dijo Adela, desde un extremo, ya verá como ha de volver, acuérdate que anduviste en los mismos pasos.
Calla mujer, yo anduve rondando, pero siempre junto al piño, ayudando a parir, esquilando y siempre cerca de mí bota de vino; el que nace de la oveja, tiene que nacer carnero, dime si me equivoco, Ventura. ¿Acaso tú abandonarías alguna vez la pampa?.
No don Remigio, ¡por la madre que nunca!.
P`mí no hay más tierra que esta, dijo el viejo cayendo en un hondo silencio.
El viejo Remigio, era como la Pampa sin caminos, por cualquier parte se llegaba a él: Como la pampa blando y duro, él viejo era como el viento, inquieto y alegre, como el deshielo de la primavera.

La voz de Adela, rompió el silencio invitando a los hombres a comer.
A fuera seguía la noche agitada, como una negra bestia parturienta, llena de clamores.
El vino animó la conversa de los hombres, el hombre de la pampa no habla del mañana, existe por el ayer, por al galope antiguo, por los que no están. El hombre de la pampa es una lenta lágrima, es una mano fraterna de mate.

Él viejo dirigiéndose al hijo de su compadre: ¿Qué es de tu madre y de tu hermano?
-La vieja, se mató de rabia, don Remigio, cuando los carabineros de llevaron al segundo.
-¡Qué pasó Dios mío!, exclamó Adela.
El muchacho después de un largo suspiro comenzó a hablar: Estábamos en el boliche jugando truco, cuando llegaron los carabineros; el Segundo, estaba con trago empezó a palabrearlos y por ahí se fueron picando hasta que todos empezamos a golpearnos, y no se en que momento, el Segundo le hundió el corvo al sargento en el estómago. Uno de los carabineros que había salido a fuera, a los caballos regresó con una carabina y nos encañono a todos. Al otro día, se llevaban a mi hermano esposado para Coyhaique, y cuando lo pasaban por la casa, salió la vieja a la huella con una escopeta a quitárselos, pero los carabineros no se detuvieron y siguieron avanzando sin hacer caso a mi mamá que los encañonaba; yo que andaba por el bajo, al sentir el tiro, corrí a ver los carabineros que se había alejado, regresaron también. Me acerque a ella, no quiso que la llevarán para la casa, - Déjenme morir aquí en la tierra, mientras sus manos apretaban el coirón como acariciándolo ¿Porqué lo hiciste, por qué?, pregunté y ahí no entendí, no entendí nada; ella dijo por todos, menos comprendí a los carabineros que soltaron al Segundo, y ellos siguieron con su herido para Coyhaique, mientras nosotros nos abrazábamos a la vieja.

Los ojos del viejo estaban duros, como las piedras; Adela, emitió un suave sollozo y se retiró al interior de la casa.
El viejo, les acompañó un largo trecho hasta el crucero. Los hombres continuaron arriando, trillando lentamente las horas.

El alba existe siempre sobre la nieve, el viento sobre la hoja, sobre el corazón una pena.

¿Qué ancestros infinitos, qué remotas hecatombes?; la pampa, el hombre, el coirón, la noche. El denso silencio, la bota de vino, la nieve y la huella que va y viene.

Texto agregado el 14-10-2008, y leído por 291 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
09-11-2009 viejito mio este hermoso cuento lo vivistes n en una de esas tantas travesias de tu vida te quiero cada dias mas y mas te extraño hasta el infinito maeddy
14-10-2008 Hermoso,muy bien escrito, me encantó =D mis cariños dulcequimera
 
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