Me preguntaron una vez porque era alegre y triste a momentos, respondí que aquellos sentimientos como el día y la noche son, se necesitan mutuamente, es de día y extrañamos la noche y sus mil escondites, es de noche y tememos a sus secretos que no podemos ver, así mismo, la tristeza nos recuerda que a su muerte nos espera la alegría, nos ayuda apreciar aquello que sentimos perdido y que al volverlo a encontrar valoramos aún más, también por ello se necesita de tantos opuestos: bien y mal, amor y odio, paz y guerra por nombrar alguno de tantos más que guarda la conciencia humana, una maldición o un don dependiendo de sus usos.
Llueve en un trecho muy pequeño de mis ojos, casi podría decir que deseo llorar, aunque el orgullo retenga mis párpados. De cierta forma caminar bajo los lamentos del cielo, que hoy se muestra sumiso, tranquiliza mi cuerpo, sus lágrimas bañan el suelo, quien no se queja, pues necesitaba el agua; sigo caminando es tarde y un millón de ojos me observan sin cesar, aunque bajo sus miradas me olvido del miedo. Taciturno, no responde es un duelo con la retórica, yo escribo de tu grandeza, tú me das la melancolía y una obra sin fin, el tema es tan inmenso como hablar de amor, jamás se gasta, como no se gasta el pensamiento, como no se gasta tu recuerdo inexistente, aquel que me da la gracia de un monólogo con mi alma, concluyo entonces, que eres tú quien tiene la virtud de crear poesía, puesto que, eres la más bella que jamás haya visto. ¿Sabes a lo que realmente temo?, a encontrarte, a perder todo aquello que inspira a mis manos, que se esfume la magia, a que no seas como yo anhelo o peor aún, lo seas en una total perfección, tal que, no se pueda complementar con mis errores. Si me oyes mar, que ahora observo en mi mente, aplástame con tus sábanas de agua salada. No vale la pena despertar...
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