Hoy descubrí,… no, nada.
¿Hasta qué punto somos dueños de lo que pensamos, de lo que creemos o, peor, de lo que inventamos? Corrijo, ¿de lo que creemos haber inventado?
No he terminado de iniciar unos breves relatos con el sencillo propósito de volver a escribir (debo decir, con el sencillo propósito, ya que esta vez no hay editores a los que convencer, estudiantes a los que ilustrar, mujeres a las que conquistar o auditorios a los que deleitar, ahora escribo, sí, solo por el placer del saber que soy capaz de hacerlo) cuando cae en mis manos, sin quererlo, un magistral manual de pintura y caligrafía. ¿Hasta qué punto mi lado derecho del cerebro fue más rápido que su siniestra contraparte para adelantarse a tan exquisita dinámica iniciada por H.? ¿Cómo se explica que sólo minutos después de poner el punto con el que mi primer relato termina, tome del estante de libros aquel que se relacionaba con lo que yo estaba empezando a vivir? Entonces, ¿hasta qué punto soy auténtico en lo que hago ahora, mientras machaco las teclas de este computador, y escribo porque así decidí que fuera ayer, antes de que el mencionado libro cayera en mis manos, y no porque así lo hace H.? Ayer descubrí que mi interés por la escritura aún estaba vivo. Que leer a los que saben escribir, leerlos y releerlos, así como quererme encontrar conmigo mismo por medio de la escritura era un motivo suficiente para empezar a escribir. Y escribí, así lo hice ayer y así lo hice temprano esta mañana ya con el conocimiento de que H. lo hacía de la misma forma y con un propósito similar (el desde la pintura, yo desde otro lado).
Ahora supongo que hasta mis amigos más cercanos tendrán que aguantarse mi tono exploratorio, mis frases bien armadas –o, más bien, con intención de ser bien armadas- y hasta la inclusión de palabras otrora desconocidas para mí y siempre extrañas en chats y otros medios de discusión informal.
Ayer descubrí que quería escribir, y así lo hice. Hoy siento que ayer no descubrí nada. Aun así, es mejor haber empezado a escribir de nuevo, aunque repita experimentos que otros ya han realizado. No sé si con éxito; aún no termino el relato de H. Pronto quedará consignado aquí su desenlace. Ojala, para entonces, el yo que tomó la decisión de volver a escribir no haya cambiado de opinión. Y no la cambie, independientemente de su desenlace; y no la cambie, independientemente de mi propio desenlace.
Salud, por estas nuevas malogradas líneas. Malogradas, sí, pero al fin y al cabo (no sé porque estas dos palabras, fin y cabo, suelen ir juntas) líneas que dejaron de existir y que no hubieran visto posibilidad de nacer hace algunos meses. Aquellos meses de la desolación, de los paraísos inexistentes, de la confusión, el miedo (que no termina) y la ansiedad irreprimible.
Exorcismo frente a la pantalla. Eso puede que sea lo que está pasando, lo que va a pasar. Ojala sea así; por ahora, cierro.
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