El osito esta triste y el niño no sabe porqué, no entiende, solo siente.El cielo es gris y las gotas de la ventana comienzan a infiltrarse por debajo, mojando sus piecitos descalzos.
No supo si era por sus lágrimas o por el agua, sólo recordaba a lo lejos la mano de su papá atravesando el aire, directamente a su mejilla derecha.
A los siete años no pueden existir más que sonrisas y risas, sin embargo, en este como otros hogares, los juguetes se convierten en trabajos y las sonrisas en lágrimas desconocidas.El padre o madre que es un ejemplo a seguir se ha convertido en sujeto de miedo, una sombra que el niño o la niña no sabe si querer o temer.
La inocencia que en los ojos se refleja cuando veía a su padre, ese brillo que no necesita estar acompañado por una sonrisa, se nubla, como si la vela fuera apagada de un solo soplo.El niño o niña ha crecido de un día para otro, no en edad, ni en estatura, es ese crecimiento que les obliga a enterrar la niñez, pues al carecer de una mano que los soporte, tienen que hacer uso de las suyas, pero son tan pequeñas y tan frágiles, que muchas veces el resultado de tanto abuso, termina por callarles la sonrisa para siempre.
El infante tiene los mismos derechos de ser protegido y respetado, no son objeto ni pertenencia de nadie, el ser personas de menor edad no es sinónimo de debilidad, si bien es cierto que son mucho mas vulnerables, pues no tienen y no saben como defenderse; es por eso que la educación sobre sus derechos desde pequeños es necesaria, tanto para ellos, como a cualquier persona adulta.
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