Una alucinación de noche huraña sudaba atisbos de acertijos varios. Frías nostalgias, tibios incensarios, clavaban en mi ser la fina saña del terror. Misteriosos obituarios revestían tu cuerpo con extraña demencia... Era esa noche telaraña de dos inseparables solitarios... Temblaban tus collares, tus zarcillos; y al par que los escuálidos castillos, desfalleciendo en maliciosos besos, tras una convulsión de alba lumínica, el gris pendón de una dolencia cínica horadó la frialdad de nuestros huesos...
Texto agregado el 12-10-2008, y leído por 125 visitantes. (3 votos)