Sé que me engaña. Se lo noto en las miradas esquivas que le busco, a menudo, para provocar sus mentiras, obligándole a improvisar justificaciones que ni siquiera escucho.

Provoco su nerviosismo y se enreda en torpes y burdos alegatos que esgrime para convencerme de algo que no me importa. Está seguro de que, ni por un momento, pondré en tela de juicio la sarta de mentiras que, cada día, inventa con más facilidad.

Veo cómo crecen sus engaños y su habilidad para camuflarlos y cómo, gracias a mi, está desarrollando una capacidad para mentir que me asombra.

Lo mío es distinto. Él nunca me pregunta, ahorrándome mentiras, y esquivo su mirada para que no las descubra. Sé que no sospecha porque asiente a mis justificaciones, no pedidas, sin atísbo de duda… pero, a veces, me pone nerviosa, es… cómo si no me escuchara.