En los oscuros lienzos de las noches frías,
hace sombras, como la luna, en calles vacías.
Ausente de sol, vida o color alguno,
camina despacio contando sus pasos uno a uno.
Como pez de acuario detrás del cristal,
regalando besos para respirar,
no sabe donde termina el vidrio
y comienza el mar.
Por un momento su imagen tintinea
al pasar su reflejo por ventanas,
y recuerda bailes entre sabanas,
al ritmo del fuego de una chimenea.
Vuelve a casa triste y cansada.
Le duele el corazón cuando la puerta cierra
y exprime su tristeza, amarga y salada,
en gotas que escapan de su alma hastiada y muerta.
Como pez de acuario detrás del cristal,
regalando besos para respirar,
no sabe donde termina el vidrio
y comienza el mar.
Aun no le olvida. Aun le quiere. Aun le retiene.
Necesita amarlo, aun sabiendo, que ya no tiene
el amor que llenó todo su ser de vida, y de muerte.
Ese que hizo negra su sombra y maldita su suerte.
Se acerca a la ventana, abre los visillos y entorna la mirada.
Lanza un beso a la nada. Como cuando el se marchaba.
Y se toca la cara por sentirse de nuevo acariciada.
Se mojan sus dedos donde antes, él, sus besos dejaba.
Como pez de acuario detrás del cristal,
regalando besos para respirar,
ya no sabe, ni sabrá, donde termina el vidrio
y comienza el mar.
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