Los pasos danzaban al son de la salsa y las caderas de laura intrigaban los insulsos ojos de los integrantes de la fiesta, mientras un rubio treintañero casado sostenía su cintura y la guiaba por mares repletos de trompetas y saxos.
Se movían, se miraban se tocaban y si el se deshacía por esos ojos o tal vez por la manera morbosa que tiene de ver a las pendejas quincieañeras.
Los aplausos no se hicieron esperar y ambos agitados se agradecieron la pieza musical mutuamente. Y ella se dirigió al baño y el la siguió, con los ojos de su esposa clavándoles la espalda.
-Discúlpame, bailas re bien, ¿Dónde aprendiste?-
Ella lo miro sorprendida y aun sin saber que contestar se dio cuenta, pues señores no era una tarada, las intenciones del aludido.
Así que inclino levemente la cabeza mientras un mechón de pelo le surcaba la mejilla, enarco sus ojos casi verdes y a pasos intrigantes se dirigió hacia el, lo observo detenidamente:
-En ningún lado, me sale así- y jugó su carta de doncella inocente.