Hoy es una noche templada en la ciudad de las piedras, pequeño pueblo comercial del Uruguay, el sin fin de transeúntes se dirige todo hacia la plaza, típico lugar de encuentro de un pueblo, todos se conocen, es el lugar donde el infierno se hace grande como dice el dicho, que si algo mal has hecho serás el comentario en los bancos de madera y el circulo de concreto que rodea la fuente, también pasa con lo bueno claro. Elegí este lugar por una simple razón, aquí el cielo tiene mas estrellas y el aire mas olor a flores que en la ciudad, pero creo que en verdad arribe a estos confines con el propósito de cumplir con el capricho del destino, fue en este lugar donde conocí a quien hoy es mi mujer, y también donde me case, en el civil junto a la estación de trenes. Muchas veces había escuchado hablar de las piedras pero no era más que un pueblo entre los tantos del interior del país, una tarde de pasada, la pequeña nave de dos ruedas, la poderosa de 110cc se quedo sin combustible justo e este lugar, frente a un local el cual decía, “se necesita cadete con moto”, use la razón, mi hogar quedaba a unos 150 Km. de distancia y como no soy de buen razonamiento decidí tomar el empleo, debo reconocer que era bastante tortuoso recorrer dos horas diarias de ida y vuelta hacia mi nuevo empleo, pero como dije, las mañanas tenían olor a flores y las noches a mi regreso estaban regadas de estrellas y fue justamente en uno de esos regresos donde rumbo a una de las salidas del pueblo la vi, morocha, de cabellos castaño oscuro y ojos color almendra, caminando en dirección contraria a mi, la luz de la luna llovía sobre ella y el olor azares se desprendía de los naranjos en las estancias a los costados a nuestro pasar, no tuve mas remedio que detenerme y volver mi camino unos metros atrás justo a su andar la nave llevo su ritmo y a mí presentación tan ridícula “mi nombre es Esteban y te estaba buscando” a lo que sagazmente replico, “yo soy Vanesa y te estaba esperando”. A esto le sucedió el tiempo como a todos nos pasa solo que esos dos rumbos desde aquel día fueron de la mano y hoy desde el zaguán de la casa que alquilamos escribo brevemente entre olor a flores y ese gran cielo estrellado el día en el que el destino de dos personas se volvió el capricho de un solo sentimiento, es gracioso porque mientras yo escribo esta pequeña historia me imagino las cosas que se estarán diciendo de mi, en la plaza del pueblo… |