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Sus ojos en llamas parecían iluminar todo (parecían: tragedia en la exposición perfecta del tiempo de los verbos), eran capaces de encender estrellas ardientes como el sol de enero. Hacía crecer sombras y las variaba a su antojo. Mis sueños de Icaro terminaron en ellos, y ahora soy un Sisiphus resignado y abatido ante sus ojos rojos, encendidos. |
Texto agregado el 08-10-2008, y leído por 146 visitantes. (2 votos)
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