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El viejo cementerio, enclaustrado en medio de tupidos árboles, era una residencia inexpugnable. Algunos viajeros que lo descubrían al paso, se preguntaban: -¿Como entierran a sus muertos en este lugar? Y los viejos lugareños, respondían con sus voces cascadas: -El que va a morir, sólo tiene que hacerlo. Y cuando sienten el llamado de la parca, los predestinados se cuelan de manera misteriosa y ya adentro, manos piadosas les brindan cristiana sepultura, cuando ellos han exhalado el último suspiro.

Un escalofrío recorría la espalda de los turistas, que finalmente, se alejaban pensando que todo eso, era nada más que una historia elaborada para atraer la atención. Después de todo, decían los más escépticos, ¿qué otra cosa es una leyenda, sino una parte de carne y la otra de cartón piedra?

Lo cierto es que, un pequeño grupo de silenciosos ancianos, se repartía las labores en dicha villa de muerte. Quien los hubiese visto alguna vez, habría jurado que nunca antes había visto seres más mimetizados con su luctuosa labor. Eran personajes pálidos y desencajados que se movían trabajosamente entre lápidas y cruces, recogiendo ramas y semillas.

Lo que nadie sabía, era que esos muertos vivientes, que no eran otra cosa, caminaban toda la jornada y aún en esas noches tenebrosas, sus pies arrastraban piedras y huesos. Pero, cuando el viento arreciaba, de los altos nogales caía una lluvia de nueces. Ese era el néctar aguardado por aquellos carcamales, los que se abalanzaban sobre estos frutos para devorarlos con ansia animal. Y es sabido que todo lo que crece en los cementerios proviene de la savia de los muertos, energía retenida que encontraba su cauce en esos cuerpos macilentos.

Una joven turista, tuvo la osadía de internarse en aquella espesa arboleda, pese a los gritos de alarma de los lugareños. Sin duda, la muchacha, sin saberlo, se estaba inmolando. Pero, quiso la casualidad que tropezara con una nuez, de aquellas que habían rodado del corazón mismo del camposanto. La mujer la recogió y partiéndola en dos, se comió su contenido. Nada sucedió, pero, aquella noche, al dormirse, prorrumpieron en tropel, extrañas pesadillas que sacudieron su delgado cuerpo.

Al otro día, al mirarse al espejo, sus ojos carecían de luminosidad y era como si alguien hubiese retirado sus pupilas y colocado en su lugar dos bolitas de piedra caliza. Entonces comprendió que los desesperados consejos de aquellas personas tenían un fatal asidero.

Los ancianos del cementerio, al alimentarse de aquellas nueces, recobraban los últimos hálitos de los que allí estaban sepultados. En cambio, quien consumía aquellos frutos, se estaba apropiando de algo prohibido, de algo que no era de este mundo.

Desde entonces, la chica debió usar anteojos oscuros para evitar la maledicencia de la gente, y se cuenta que quien tenía la desdicha de mirar aquellas pupilas, fallecía a los pocos días. Pero, ya sabemos, las leyendas están constituidas de carne y también de cartón piedra y nadie se atrevería a decir que este cuento pasó por un zapatito roto, sin que con ello invoque a la chica de los ojos de piedra, la parca, para ser más exactos…









Texto agregado el 08-10-2008, y leído por 557 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
09-10-2008 ¡Mmmm! No sé... no es romántico, que los ojos sean "dos bolitas de piedra caliza"... me asusta... Pero debo reconocer que está muy bien contado. Felicitaciones. Anua
08-10-2008 Da gusto leer este relato tan bien ambientado que casi sentí el sabor de las nueces malignas...! galadrielle
08-10-2008 Interesante. Felicitaciones. 5* ZEPOL
08-10-2008 muy bueno, concuerdo con mi colega blackshadow
08-10-2008 muy bueno!!! divinaluna
 
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