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Calidez.

Mirábamos sorprendidos el choque, aunque a decir verdad, no fue para tanto, solo una luz roja apurada, una frenada súbita y el sonoro golpe. Un foco roto y un parachoques abollado. La escena me parecía tan irreal, nunca había visto un choque en mi vida, aunque como ya dije antes, no sé si esto cabe en esa categoría. Un incidente menor quizás, un pequeño topón. Los ocupantes de ambos vehículos se bajaron para ver la magnitud de los daños, llegó gente a mirar. La mujer que conducía el auto más pequeño y que recibió el golpe discutía con los ocupantes de la camioneta Ford que la habían embestido. Ella estaba furiosa, miraba el parachoques, gesticulaba, los tipos la miraban en silencio, aceptando toda la culpa. Entonces siento la mano de Catalina que me toma del brazo. Qué crees tú, me pregunta, quién tuvo la culpa. No sé, casi siempre el que choca por atrás a otro vehículo es el que tiene la culpa, le respondo y miro como se aproxima una patrulla de carabineros. Ella me mira expectante, no sé qué decirle, es difícil retomar una conversación cuando una imagen externa te quita toda la atención. El metro está a dos pasos de nosotros y ese era nuestro destino hasta hace unos segundos. Catalina se ve particularmente bella esta noche, puede ser que la distancia o el paso del tiempo tengan la cualidad de hacer que las personas adquieran un aire distinto, una renovada belleza, no lo sé. Pero también veo una silenciosa tristeza en su rostro, una inexpresada pena. La mujer ahora discute con los carabineros y con los tipos de la Ford y con la gente que se acerca a mirar, discute con todos. Bueno, dice ella, que también mira a la mujer, me tengo que ir, y se separa de mí. La miro y se ve más joven pero también más vulnerable que la última vez. Mi corazón salta como un tambor y sé que si la dejo ir probablemente pase mucho tiempo antes de volver a verla. Sus intermitencias en mi vida son como el invierno, que es una estación fría y lluviosa, y esa es la sensación que me queda cada vez que la veo desaparecer entre la gente. Entonces me voy, dice y me besa en la mejilla, da media vuelta y se sumerge en la boca del metro. Yo la observo desaparecer nuevamente de mi vida, lleva un vestido negro, una chaqueta de cuero y sus bototos viejos, su pelo negro, suelto, cae sobre sus hombros. Entonces recuerdo lo ultimo que me dijo antes del choque: “a él lo podía dejar de ver, pero no podría vivir sin poder hablar contigo”. Palabras que no me esperaba, no después de un año de ausencia. Sé que no la volveré a ver. Corre una brisa fría que me golpea y me estremece, mi bufanda baila como si tuviera voluntad propia. La mujer ahora conversa animadamente con los tipos de la Ford y con los carabineros, la gente ya se ha ido. Entonces la mujer anota algo en un papel y se lo da a uno de los tipos de la camioneta, le da un beso en la cara y todos se despiden como si nada hubiera pasado. Miro la calle, a los autos que pasan rápido como si fueran hormigas que van al mismo lugar. Ya no hace tanto frío, mi bufanda ha dejado de bailar. Entonces comprendo. Bajo las escaleras del metro, la alcanzo justo cuando va llegando al andén. No te vayas, le pido, ella me mira sorprendida. Por favor, quédate. Le tomo la mano, ella sonríe y se aferra a mi brazo, se ve bellísima. Subimos de vuelta hacia la fría noche invernal, pero sintiendo que aún queda algo de calor en esta ciudad oscura, sin duda.

Texto agregado el 07-10-2008, y leído por 115 visitantes. (0 votos)


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