Antonio Grandío Botella
Profesor Titular de Escuela Universitaria del área Organización de Empresas del Departamento de Administración de Empresas y Marketing de la Universidad Jaume I de Castellón.
De acuerdo a nuestras necesidades, solemos valorar unas cosas u otras. Evidentemente, las necesidades y motivaciones van cambiando a medida que crecemos y evolucionamos. Esto es tan aplicable a los individuos como a la sociedad en general. Así, cuando teníamos 10 años solíamos valorar mucho cuánta puntería tenía cada miembro de la pandilla con el tirachinas o cuan lejos podíamos lanzar el chorrito de nuestra meada. Pero con la llegada de la pubertad todos estos "magnos" valores se vinieron abajo poco a poco y en misma la medida que otros nuevos venían emergiendo simultáneamente en nuestra conciencia.
Las etapas donde coexisten estos dos tipos de valores/necesidades (los que van desapareciendo y los que van apareciendo) suelen ser llamados de "crisis". Y la sociedad, obviamente, atraviesa también por ciertas etapas evolutivas. Hacer juicios éticos o valorativos sobre si esta evolución debe entenderse "para bien o para mal" es algo que me remite otra vez a la palabrita en cuestión: crisis. Dicho sea de paso, las crisis, como las guerras, existen únicamente en las mentes de los hombres (creo que alguna de las declaraciones de la O.N.U. dice algo parecido), y sólo desde ahí se manifiestan en lo que llamamos realidad. Además, hablar de crisis económica es lo mismo que hablar de crisis en la mente de los hombres, porque la economía no es más que un termómetro donde se refleja el clima resultante de la compleja madeja de relaciones que los seres humanos tenemos, con nuestras creencias, actitudes y valores correspondientes. "Crisis económica" es como decir que tengo 38,5º de fiebre. Y que el Banco de España suba los tipos de interés y todo eso, es como tomarse un antipirético sin averiguar qué pasa.
En mis tiempos de estudiante de bachillerato (tiempos de Franco: 5º, 6º y COU) teníamos una asignatura llamada "Formación del Espíritu Nacional" donde nos "explicaban" que la base de la sociedad eran la familia, el municipio y la patria. Y por lo que veo, y aunque con distintos "logotipos", todo sigue igual que entonces al respecto. Los economistas entienden que las unidades de análisis (de consumo, de renta, de ahorro o de gasto) son las familias y las patrias y no hay nada más que hablar. Como en los bancos, las "cuentas" han de tener una identidad, un nombre bajo el cual el "negocio" del debe y el haber, de la suma, la resta y el saldo tenga lugar, porque sin "identidad" no hay transacción, ni negocio ni economía posible. Y una vez encontrada "nuestra identidad", ya se puede empezar a hablar de relaciones "beneficiosas" para nuestra "patria o municipio", de ganancias y de pérdidas.
Pero el estado final de "Pérdidas y Ganancias" no es más que una trágica interacción entre extraños que no se aman ni se odian, ni se besan ni se insultan sino que simplemente "se interesan". Cuando, de un modo u otro, amamos, rompemos las cuentas individuales de "pérdidas y ganancias" para convertirlas en una sola común. Es decir, dentro de la familia no suelen existir "cuentas" separadas y, en menor medida, dentro del "pueblo" o el "país" de uno tampoco. Asimismo, es fácil recolectar donativos para construir el campo de fútbol de un pueblo porque el individuo es el pueblo en cierta medida, y quizás también es fácil recolectar ayuda para Somalia o Bosnia porque el individuo es, asimismo, la humanidad en cierto grado.
Es ahí donde veo la diferencia esencial entre la eco-nomía y la eco-logía. La primera es relación de "interés" entre extraños separados (y por tanto de miedo y ansiedad fruto del vacío interior), mientras que la segunda lo es de comunión holista y global que los románticos quizás han llamado amor. De este modo, la economía no es sino un caso particular de la ecología, una ecología con datos históricos concretos donde la variable clave resultó ser, durante ciertos siglos, la división étnica, religiosa, nacional y familiar de la humanidad con su correspondiente "interés".
Ahora bien, creo que la familia y la patria sí están en crisis. Europa atraviesa una crisis de nacionalismo sin precedentes. La "soberanía nacional" es el valor supremo argumentado en los incipientes foros europeos aunque suponga una abierta contradicción con lo que la unión pretende ser. Los jefes de cada tribu hablan a sus nativos de lo mucho que les va a beneficiar este pacto, que frente a los "costes" vendrán las "ganancias" y hasta que la "identidad" tribal saldrá reforzada en la futura "Europa de los pueblos" etc. Añádase los "otros" nacionalismos emergentes junto a los que pensamos que todo ello es demencial y ¡éle! ¡toma crisis!
Y en cuanto a la familia, después de haber quedado reducida a lo que hoy se llama la familia "nuclear" (padres e hijos a secas) estamos avanzando hacia la familia que yo denominaría "virtual o nominal". En ella, los padres viven con una independencia creciente el uno del otro, gracias a un acceso cada vez más igualitario al mundo laboral, el cual es, también cada día, tanto más exigente en cuanto a cualificación y dedicación como reforzante y ligado a la autorrealización personal. Así que aparecen los "padres estadísticos", entendidos estos como aquellos que, en medidas estadísticas de tiempo, pasan más horas junto a los niños que los padres biológicos (por ejemplo la "canguro" correspondiente o los maestros del jardín de infancia o colegio). Por otro lado, es probable que el número de parejas separadas o divorciadas vaya en aumento (en beneficio de profesiones como los psicólogos clínicos), con lo que la familia aún se diluye más si cabe. Todo esto viene junto a la necesidad creciente de experiencias más abiertas en las relaciones humanas, cambiando drásticamente la escala de valores que las parejas tradicionales tenían. Así que ¡más crisis!
Pero yo amo las crisis. Junto al inevitable dolor que suponen son el aire fresco que nos dice que somos bastante gilipollas al creer que existe algo inmutable y sagrado. Ni la familia ni la patria lo son, ni mucho menos el "fantasma" negro de la hacienda pública y la economía. No podemos embotellar una brisa ni almacenar en el disco duro del ordenador la puesta de sol que nos arrancó lágrimas. Los húmedos besos, las miradas con escalofríos que han existido en nuestras vidas no fueron conquistados con el sudor ni con el esfuerzo interesado. Pero nos empeñamos en comprar y elevar a escritura pública la brisa, las montañas y el sol, los besos y las miradas para conservar lo que en realidad es ilimitado convirtiéndolo en limitado, es decir, en bien económico. El colmo de esto fue organizar la experiencia religiosa al estilo de institución pública con normas y dogmas.
Pero existe quien vive enamorado de la crisis continua y, en ella, con su libertad suprema, quizás esté la fuente de lo que después, cagándola a todas luces, los hombres llamamos "valores que defender", con la ineludible crisis consecuente. Algunos pensadores dicen que "nada permanece sino el cambio". Y, como siempre, la palabra "crisis" vendrá a ser una maldición inoportuna para muchos mientras que, para unos pocos, supondrá una bendita oportunidad.
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