Me contaba un señor que vivió en Venezuela, de un asunto que me llamó la atención, más que nada por lo que podría denominarse “poesía de las situaciones”. No se trata de ancianos recortándose a lo lejos, ni de personas besándose en medio de una multitud indiferente. No hay palabras que se deslicen por las laderas floridas ni mujeres acunando su bebé. Por eso mismo, me atrevo a llamarle a ese relato “poesía de las situaciones”. Los protagonistas, no son personas que se conmuevan con una puesta de sol, de hecho, la puesta de sol es para algunos, la sirena que les anuncia la jornada de trabajo. Aquellos individuos, un tropel, para ser más exactos, conviven tras las rejas de una particular cárcel que, tengo entendido, no lo tengo claro, se encuentra en las afueras de Caracas. Dicha cárcel, fue construida en un promontorio, desde el cual se domina el poblado.
Dentro de esa cárcel, existen asaltantes, traficantes, asesinos y simples ladrones. Cada uno, con sus propios problemas y portando sobre sus espaldas el peso absoluto de una condena. Adentro, se reescriben las leyes, se establecen los códigos que sirven para los que transitan por esos lóbregos pabellones y que, más temprano que tarde, vuelven a reescribirse para satisfacer a los carcelarios más poderosos.
Pero, visto este micro mundo desde afuera, no pasa de ser una construcción gris, que no trasunta para nada la intensidad de situaciones que se viven dentro. Y los poderosos y los serviles, se someten a las reglas draconianas que los sojuzgan, y acatan, cabizbajos o con mirada torva, horarios y actividades. Es la superestructura, que prevalece sobre cualquier condición, pero que no es apta para ejercer cuando las puertas se cierran y se comienza a obedecer la otra ley, aún peor y más sangrienta. Allí se alza la voz del más fuerte y se escuchan juramentos y maldiciones, carreras de los que acuden al llamado del mandamás de los delincuentes, acaso el más inteligente o tal vez el que cuenta con una poderosa camarilla.
Pero, aquí es donde se produce la mencionada poesía de las situaciones. Aún, en ese mundo miserable, de acción y reacción, de golpe y blasfemia, allí mismo, palomas atadas a su designio, revolotean angustiadas, sin esperanzas, como un roedor atrapado en su cubil. Sucede que muchas de las ventanas apuntan hacia poblados lejanos. La mayoría de los delincuentes, proviene de esos lugares y, ahora, tras las rejas, contemplan con nostalgia aquellos míseros caseríos, y lloran con lágrimas de macho receloso. La libertad, lejana y materialmente inalcanzable, les brinda, sin embargo, la posibilidad de palparla y degustarla con sus dedos ansiosos. Y son cientos de brazos los que traspasan los gruesos barrotes para que las manos se estiren hacia esos los alejados confines, manos que se mueven en libertad, pero, que están atadas a una osamenta culposa, encadenada y determinista. Seres que acaso algún día regresarán a sus chozas y pronto, sin alternativas de por medio, incurrirán en nuevos actos delictuosos y regresaran a estos calabozos infernales. Es su estigma, su noción y su destino. Destino al cual intentan rebelarse, con sus manos gesticulando en el aire, palomas sin alas, surcando un firmamento triste, acotado por la miseria en que nacieron y al que tratan de desasirse, alargando sus dedos y sus ansias hacia esa lontananza que pareciera huir siempre…
|