Un hombre común y corriente ubicado en un museo de tantos conociendo antigüedades, hace una pregunta. No era importante, ni siquiera difícil, sin embargo quedó ignorada. Bastante molesto es que eso pase, produce un sentimiento incomodo, que en este hombre, acostumbrado a no decir nada, desencadeno una decisión vital para la tierra entera. Por un lado, se encontraba en posesión de toda clase de artefactos de destrucción masiva: Armas nucleares, químicas, bombas h, g y de todas las letras del abecedario, entre muchas otras, hacían parte del arsenal. NO es extraño que las posea, con tantas cosas que se guardaba. Presentada la primera parte, bienvenida la segunda, mucha mas agradable.. Muy guardado en el armario tenía el todo un dechado de virtudes, la versión de hadas de la caja de Pandora, si lo quería podían ser sembradas en cada uno de los seres vivientes, siendo una única felicidad la reinante. No es una vergüenza, aunque si un poco reprobable, que al estar frente a una elección de tamaña importancia, no se sea capaz de cargar con la responsabilidad, apelando a cualquier método, por ridículo que parezca, para poder culpar a otros en caso de que los resultados obtenidos no sean los esperados. A este hombre le coqueteaban de tiempo atrás los números, y, con las falsas ilusiones de codearse con los grandes personajes de la historia, utilizó estos símbolos en busca de un veredicto. La séptima persona con la que topase en la séptima avenida, entre siete, y siete y siete, marcaría un teléfono local aleatorio(que en aquel lugar constaba por lo general de siete dígitos), y a quien contestara su interrogante, según como lo hiciere, decidiría. La pregunta formulada fue "¿Quiere que el mundo sea destruido o salvado?” , en la otra línea se escuchó, -En este momento...-!En este momento qué, responda, hágalo de una buena vez, no ve que en sus manos está el futuro de todos, hasta del mismo futuro¡, las evasivas para otro día , !HABLE¡. -...Son las cinco horas, cincuenta y cinco minutos y cincuenta y cinco segundos, biiiiip.