Con mil novecientas páginas de medicina en la mesita de la sala y un raspado de tamarindo en la mano, la tarde pintaba ya morada, el timbre anuncia una visita inesperada. Al abrir la puerta me encuentro con un desconocido tan conocido, bolsas negras y blancas guardaban sus pertenencias y una vestimenta permanente lo cobija.

No supe su nombre, pero para él fui Mario, venía cargando con las cosas y sus penas desde Mexicali, directo a la casa del migrante, perfecta opción para descansar el peso del alma.

Estando sólo no contaba con economía suficiente para apoyarlo, ahora contrario, él me tendió su mano, y como un gato indeciso, poco a poco fui a recibirlo, ser humano al fin.
Aproximadamente un minuto su fuerza y la mía se conectaron no sólo en tacto, los ojos no me reflejaban, como que habían perdido algo, un no se qué.

Me mostró su desnudez a medias, corrí por ropa y algo más, su mirada pendiente de mis ojos. Si bien he recibido propuestas indecorosas, ninguna me dolió tanto como esa.
Su vista me recorría por completo, buscando algo, pasaba de mis ojos a mi pecho, de la boca a mi sexo, expuesto a su imaginación comenzaba a retroceder; un murmullo me dejó helado,”estás muy guapo”.

Caso omiso, cambiarle el tema para evitar tensión sexual, de una parte por lo menos, aferrado de golpe me bañó, “¿quiéres algo?, ¿sexo oral?”, mi cuerpo petrificado no respondía, mientras sus ojos gritaban amor, ayuda… algo.

Le expliqué que el amor y el cariño no se encuentran en un cuerpo, va más hayá de la piel y el vello; tranquilo, que aquí ya está ocupado. Quise, en verdad quería abrazarlo, con miedo, mucho miedo, pero demostrarle que no se necesitan sábanas para calentar el cuerpo, que también se puede querer sin importar condición, día, camas, épocas, estación o un color.

Caso concluido, inmóvil al cerrar la puerta, literalmente temblando con mil y dos pensamientos en el corazón y la cabeza, sólo una pregunta brotó al instante, ¿Cómo, cuándo se llega… en qué momento el sexo pasa a ser resguardo de amor?


((GARM))