En un plácido rumor, el mar, ondula suave. El sol estalla sobre las olas para cubrirlas de tonos azules y verdes. El constante hormigueo de los bañistas sobre la arena son el testimonio de las huellas de un olvido inmediato.
Cuerpos ebúrneos encienden admiración y con su fría desnudez falso deseo. Caminan gentiles y retadores delante de la mirada aparentemente discreta de los observadores encanecidos. Se diría que los más jóvenes se mostraban como el único acontecimiento de la esencia de la vida. ¡Juventud divino tesoro!
Al propio tiempo la escasa belleza del cuerpo, en general imperfecta, parecía llenar también un día rutilante de molicie. Qué alegre discurrir del tiempo sin el tono plomizo de otros días. ¿Qué bella la vida?
Se diría que la felicidad lo llenaba absolutamente todo, igual que el marco de
la televisión en el preciso momento de ofrecer la parte agradable de una existencia dual y común, de una felicidad tan frágil como la seda. De una felicidad, que nos hace más infelices, cuanto más deseamos tenerla a nuestro lado
¡Mira como quema el sol! - le dice la madre al niño oligofrénico que pasea cogido de su manita. ¡Mira la mar! - sigue diciendo la madre mientras acerca al muñeco, hasta que sus pequeños pies terminan suavemente humedecidos por el suave lamido de las olas.
Madre joven, madre de cuerpo escultural, de ojos tan bellos de tan triste mirada ¡Oh Dios! cómo ha podido un cuerpo tan hermoso, después de un acto de amor, concebir este fementido fenómeno ¿Como será el amor de esta madre? El amor hacia su hijo.
No le preguntéis cómo es su amor. De qué manera ama a su hijo. Le ama más que a su propia vida. A pesar de la endurecida esperanza de un amor, pletórico y heroico, le ama con pasión sublime.
Eres un cerdo, se oye decir a la madre, cariñosa, tierna, y dulce mientras le asea en el lugar más insospechado, en el momento menos oportuno.
El sol ya se ha ido. El rumor del agua permanece alejado, Agua y sol son un recuerdo sobre la piel morena. El atardecer, más bochornoso. El instinto, despertando el deseo. La soledad, perdida en su silencio. La conciencia, deshaciendo el alma. La moral, hundida en el dolor de la huída imposible.
La mujer que conoció a un hombre cualquiera, (puede que ni siquiera un hombre) aquella luminosa mañana, esta noche, ha caído en el frío desierto de su largo desencanto, en la pérdida del equilibrio emocional que mantenía su dignidad.
En el largo y oscuro pasillo entre cristales, un estrépito de impotencia del niño que lanza un alarido, un grito que encierra toda la humana injusticia, un rugido del amante celoso en que se ha transfigurado, golpea la puerta de la habitación de la madre pugnando por abrirla, mientras grita: ¡Cerda! ¡cerda!...¡cerda!
¿Quién ha encendido un cerebro que no podía pensar? O mejor todavía, ¿quién ha podido encender aquel cerebro incapaz de pensar?
RobertBoresLuís
P.de A. 18-10-96
|