Entro a la sala, miro los bancos universitarios dispuestos en filas. Recorro las filas una a una, no doy con lo buscado. Nota mental atingente: -por ley tiene que haber tres-. Risa mental, carcajada mental ‘por ley’. No matarás, no mentirás, no desearás a la mujer de tu prójimo, no cruzarás con el semáforo en rojo, no evadirás impuestos, no copiarás en la prueba de matemáticas, no sobornarás al profesor de historia para entregar tarde el puto trabajo sobre Grecia. Suspiro.
Quiero salir de la sala volver a entrar y que esté lo que busco. Quiero cerrar los ojos volverlos a abrir y que aparezca. Sin reclamar, sin salir a buscar por el mundo. Nota mental: -y por añadidura no habrá asesinatos, ni robos, ni mentiras y el profesor será tan recto como para resistir el soborno-. Suspiro.
Burla autoinflingida: -Es que eres ‘especial’-.
-Profesor, necesito una silla para zurdos.
-¿No hay ninguna?
-No.
-Vaya a buscar una.
-¿Adónde?
-Pregunte en otra sala, debe sobrar alguna.
Puerta uno, no, puerta dos, no, puerta tres, bingo. Acarreo el banco, pesa. He perdido quince minutos de clase, no es grave, podría perder unas cuantas horas a la semana sin sentirme en desmedro.
Me miro las manos. A primera vista no se ve nada raro. Pienso que acarreo mi zurdera con decoro. Aprendí a tejer como los diestros, a tocar guitarra como los diestros. Tal vez habría que matarlos (a los diestros). Mi mundo sería más cómodo de esa forma.
Debate mental:
-¿Importaría si inicio un exterminio progresivo de diestros? Verás, soy una intolerante.
-¿Les importo a ellos?
-No
-¿No?
-¿Ves a alguien ayudándome con la maldita silla?
-No
-Exacto
Bajo el banco, lo miro, me siento. Apoyo el brazo izquierdo en la bandeja, me queda bien. Sirve, hace una diferencia. Suspiro. Dejo caer la cabeza hacia atrás. Miro el techo del pasillo, la pintura se descascara, el mundo no es perfecto.
Algo cambia en mí. Me incorporo, miro el objeto que he acarreado, cuya existencia se constituye en solución.
Le doy una patada más simbólica que destructiva y lo abandono.
Ya en clase, me siento en un banco cualquiera, saco un cuaderno, un lápiz y sonrío al pensar en la ilegible letra con que desde ahora torturaré a los profes.
Por fortuna son todos diestros.
Quizás la justicia existe...
para escolástica ;) |