Tus palabras llegaron a mí
y fui encontrando el eco
de cada una de ellas,
me enamoré de ti,
como una aprendiz de su maestro.
Desde entonces
has sido mi amor platónico
y, aunque en plena madurez,
sigues encantándome,
no logro encontrar
poemas más bellos,
motivo de canciones más íntegras,
ni la agudeza de una voz
que trastoca mis ansias.
Aprendí a crecer contigo,
fuiste mi compañía
en la silente
y extraña adolescencia,
fuiste el néctar
del que quería beberme
hasta la última gota.
A medida que crecía,
encontraba en tu poesía
mayor agudeza,
temblaba ante la idea
que me fuera
a enamorar en la vida
como lo hiciste tú.
Te he amado
en las parcelas de mi vida,
adornaste de fuerza
mis espacios despoblados,
los brindis
y las culpas menguadas
acompasan
mis días de inspiración.
Sigo releyendo
tus grandes obras,
en prosa y narrativa,
en ayeres
y mañanas posibles,
sigues siendo el consuelo
de mi soledad
acompañada de ti.
Tu exilio,
tu consecuencia social
marcaron mi incipiente adultez.
Sigo conversando
con esos hombres que miran
desde algún rincón
olvidado de la vida.
El tiempo no aplaca
mi admiración por ti,
y, aunque no logré verte,
sigo encontrándome contigo
en los pasillos de los sueños,
sigo creyendo en tu Credo,
sigo sintiéndome Bienvenida,
sigo Contando contigo,
sigo yendo al jardín Botánico
y encontrándome
a la Izquierda del Roble
Eres inmortal,
tus palabras
vivirán por siempre,
en quien quiera
encontrar el eco
para reflejar
un sentimiento certero
y, sigo pidiendo
que te transcriban
para que en tus días
de remanso
sepas que eres
la inspiración
de los amores
que deambulan
por el mundo
tratando de encontrarse.
Pueden irse todos,
yo me quedo contigo.
A Mario Benedetti |