En lugar de salir de su casa, él hubiera preferido engañar a sus padres diciendo que padecía de un severo dolor de cabeza. Pudo haber inventado que un tumor cerebral estaba haciendo su aparición. Pero eso no fue lo que le vino a la mente en ese momento. Sólo se le ocurrió inventar un dolor de barriga. Sus padres al oír eso, le dieron tranquilamente una pastilla para los gases. Ante la sorpresa de tan pasiva respuesta, no tuvo tiempo para hacer otra actuación porque sabía que no le convenía hacerlo. Su padre, Jorge Luis Ternera el renombrado e indiscutible mejor ingeniero ambiental del distrito, sacó su green car, como solía llamarlo, de la cochera. Todos subieron con felicidad al carro, todos menos Ricardo porque la pastilla ya empezaba a hacerle efecto.
Llegaron a la kermés del San Patricio Revoleano. Ricardo sostuvo entre sus manos una preciosa y muy brillante moneda de cinco Nuevos Soles, mientras que a su hermana mayor, por ser la mayor, le dieron veinte.
– ¡Con cinco soles no puedo comprar nada en la casa de las bromas! Ésta moneda es una miseria. ¿Por qué le dan a más a ella que a mí? No me parece justo. Yo ya no soy un niño yo ya tengo…
– Porque ella es mayor que tú, además no vamos a permitir de ninguna manera que la familia Ternera Quezada quede mal ante su enamorado. Está bien que él le compre cosas y pague por ella en muchas ocasiones pero no nos vamos a convertir en unos chupasangres de su familia.
– Pero mi enamorada también vino –tomó un suspiro y continuó –. Y ella siempre me pide cosas. Con cinco soles no puedo ni comprarme algo para mí.
– Entonces por qué no ahorraste algo.
– Porque lo único que me dan es mi china para mi pasaje porque sino nunca llegaría al cole. Además tengo que venirme caminando algunos días cuando quiero comprarme una galleta, no tengo para más.
Dijo más porque no le harían caso como veces anteriores. Se fue enojado a sentarse a ver como se divertían las demás personas. De repente, a los lejos un grupo de chicas aparecieron de la mano de su enamorada. Eso le molestó aún más porque no iba a poder estar solo con ella. Sus amigas no sabrían a quién agarrar de los brazos si ella no estuviera en el medio. Todas unidad parecían siamesas pero de a cinco. Las diez piernas se acercaron hacia donde él estaba.
– Hola Ricardo –gritaron las cinco al unísono.
– Buh. Hola a todas, hola Eli –se acercó a para darle un beso pero ella sólo ofreció la mejilla.
No se dejaba besar en la boca en la presencia de todas sus amigas. No podía ni tomarle de la mano porque ambas estaban ocupadas sujetando a sus hermanas vecinas. Intentó entonces colocar un brazo sobre sus hombros pero de pronto fue repelido por una de ellas. Que angustia.
Llegaron cerca de una tiendita donde se derribaban torres de latas. Afortunadamente sólo costaban cinco soles y te daban tres pelotitas. Ricardo las pagó y le acercaron las pelotitas en una bandeja. Tomó una y miró fijamente a la torre para afinar su puntería. Dos de las chicas tomaron las pelotas restantes sin previo aviso. La chica de la derecha no tenía buena puntería y casi le dio al señor de los premios. La otra no era zurda y tampoco le dio. Se empezaron a reír y al verlas reclamó por las pelotas lanzadas pero el dueño se negó a darle más oportunidades. Entonces con suma precisión, Ricardo Ternera lanzó la pelotita de arena haciendo caer seis de los diez objetivos. Simplemente recibió un llavero, un horrible y diminuto llavero de un ratón.
– ¡Un llavero por algo que me costó cinco soles! –reclamó.
– Por favor, no se ponga a gritar que no soy sordo –pero sí muy viejo –. Además en el cartel de abajo aparecen los puntajes y los premios.
– Es una miseria este juego.
Se fue deprimido al ver a las amigas de su enamorada llevándosela lejos de él. Se quedó sin plata, sin ideas, sin orgullo. Cuánto hubiera preferido quedarse en casa aparentando tener otro malestar, pero uno más crónico.
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