CERDOS S.A.
Sintió como aquello le partía las entrañas, una mano rugosa le tapó la boca y un aliento podrido se vacío sobre su cara, aquel bulto pesado y hediondo la embistió provocándole dolor, por una de sus piernas corría un hilillo de sangre y el ardor se le unía a todo el dolor infernal que le quemaba por dentro.
- No papá, déjeme, me duele –dijo la niña suplicante.
- ¡Shhh! Cállate escuincla, aquí mando yo y te aguantas. –dijo el cerdo abofeteando a la criatura.
Se levantó tambaleándose por la borrachera añeja, tratando de acomodarse el abultado abdomen dentro de los pantalones. La niña se quedo sollozando aun sin comprender ¿Por qué?, era cierto que su padre siempre había sido un desgraciado, pero aquello tan doloroso, era el colmo.
Salio un momento y regresó acompañado, otro sujeto de la misma calaña estaba ahí, frente a la niña que aun no se reponía de la agresión:
- Órale cabron ahí esta, ya te dije que esta nuevita, si lo sabré yo –dijo aquel remedo de humano.
- Órale, pos me la echo, pero pos quinientos varos es mucho aunque este nueva, ¿si quieres unos doscientos? –regateó el otro sujeto.
- Pos órale, pero por doscientos varos nomás un ratito, en lo que voy por otro cliente –dijo el cerdo.
Aquel tipo se acercó a la pobre chiquilla asustada y con un –: ¡noooo! terrorífico volvió a sufrir de aquel tormento que se repetiría en adelante.
Soportar alientos apestosos a podredumbre, alcohol, manos rasposas paseándose como arañas ponzoñosas por su cuerpo y miembros sucios e infectados, atravesándole su intimidad de niña, abofeteada por gemir de dolor o incluso sin razón, aquella criatura ya no sabía si tenía pesadillas dormida o despierta.
Los días pasaron lentamente, como los de un prisionero torturado y el monstruo que le había tocado por padre, estaba tan perdido en su ignominia que la llegó a vender por un litro de mezcal.
Un día la niña se levantó temblorosa, buscando que llevarse a la boca, habían sido ya algunos meses de infierno, y su pequeño cuerpo débil buscaba equilibrio para llegar a la mesa, en una silla roncaba como demonio, aquel embrutecido por el alcohol. La pequeña no tuvo fuerzas y tropezó, despertando al pederasta, la vio tirada como un mechudo viejo, con la ropa echa jirones y la cara maltratada por los golpes.
- ¡Mira nomás que amolada estas, niña! –Dijo el tipo cínicamente- ayudándola a levantarse.
Cuando la pequeña se levantó, se le veía el abdomen abultado de algunos meses de embarazo, el cerdo no lo había notado por su permanente estado de embriaguez o por que lo único que le importaba era usarla para su vicio, entonces tuvo la peor de sus reacciones.
- ¡Ah! no, muchachita a mi o me vas a ver la cara, mira nomás ¿Cómo que panzona? pendeja esta, ¿Quien sabe quién te hizo ese chamaco?, te me largas de aquí, yo no quiero en mi casa a una puta –ladro cínicamente.
A empujones la sacó a la calle, a sus trece años no sabia que había hecho para merecer eso, su estomago le pesaba, el hambre le dolía y también la indiferencia, fue dando pasitos cortos y dolorosos en aquella noche lluviosa, parecía que el mundo se confabulaba para darle mas sufrimiento, un dolor se le clavó en su vientre y como el primer día de su infierno; un hilillo de sangre comenzó a quemarle sus frágiles piernas, sentía el dolor nacer en su intimidad y correr por su cuerpo hasta la raíz de su cabello, no pudo más, y cayó de bruces sobre el mojado cemento.
Desangrada, sola y con el producto atorado; la muerte la encontró, en ese momento cuando dicen que se ve la luz; alcanzó la paz y la comprensión que los místicos dicen se encuentra en el trance. Y entendió que solo con conciencia podemos evitar hacernos daño.
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