Hace tiempo que yo quería verla. Todas las noches al pasar veía la luz y me intrigaba saber de dónde provenía. Era una casa vieja en medio de una calle transitada, lleno de locales y gente corriendo en todas direcciones. Nadie parecía habitar en esa casa y sin embargo, a las nueve en punto había un brillo interior a través del ventanal superior izquierdo.
Debido a que trabajaba a dos cuadras de allí, era sitio obligado para pasar a la estación del autobús. Volvía disimuladamente la cabeza y encontraba invariablemente la luz en la ventana. A pesar de los múltiples candados alrededor de la oxidada verja, aquel reflejo luminoso nunca fallaba.
Una enorme curiosidad empezó a martillearme la cabeza. Había noches en que quería saber qué había en esa casa, aunque me costara la vida averiguarlo. Pero también había otras noches en que mi curiosidad se volvía temor, y prefería pasar por allí sin volver la cabeza, simulando que nada sucedía en aquel edificio abandonado y tenebroso.
Estuve así por espacio de un año, hasta que uno de esos días malos en que el trabajo se vuelve insoportable y la vida corre como aceite hirviendo por las venas, volví la cabeza casi sin pensarlo y me volví a topar, casi sin quererlo, con aquella extraña luz.
Lo primero que sentí fue un intenso coraje conmigo mismo, al darme cuenta de que había caído de nuevo en esa incertidumbre que me quitaba el sueño en ocasiones, aparte de aquel día tan pesado.
Sin embargo, con aquella osadía que nunca había experimentado, pasé la calle, di vuelta a la cuadra y me introduje en un comercio que daba justamente a la parte trasera de aquella casa abandonada. Salté la barda trasera donde arrumbaban todos los utensilios viejos que no le servían y me encontré con una maraña de espinos y matorrales que habían crecido desmesuradamente. Cuando comprendí en el lío que me había metido, ya era demasiado tarde. Ahora tenía que saber salir de aquel espinoso bosque lo menos lastimado posible. Lo más fácil era llegar hasta la puerta trasera del edificio abandonado.
Y decir fácil resultaba arriesgado. A medida que atravesé aquel descuidado jardín fui topándome con obstáculos que en ratos me desmoralizaban profundamente, llegando a sentir que me quedaría repartido en partes por todo la travesía entre tantas ramas y zarzas con espinos.
Por fin… llegué a la puerta trasera. Lo más irritable de la situación era que toda la construcción estuviese cerrada como si se pretendiera que nadie entrara ni saliera de allí.
Por suerte, había una ventana en el cuarto de servicio, la cual estaba tan destrozada, que se podía pasar por allí sin ningún problema. Bastaba darse cuenta de que el cerrojo estaba hecho añicos. De ese modo, me encontré dentro de un lúgubre galerón infestado de escaleras por doquier. Sólo me interesaba una; la escalera que llevaba al segundo piso, donde presumiblemente se encontraba la habitación con la luz.
Pronto mis ojos se acostumbraron a la oscuridad de aquel sitio, con lo que pude observar con detenimiento el lugar. Había manchas de sangre por todos lados, y los muebles estaban destrozados e inservibles. Parecía que hubiera ocurrido un asesinato en aquel lugar tan hermético, y que fuese abandonado abruptamente por quienes lo habitaban.
Subí la escalera, no sin trabajos, pues estaba muy sucia y a medida que ascendía, los escalones estaban cubiertos de algo viscoso que dificultaba el paso. Me incliné para quitarme del zapato algo que se me había enredado y pronto supe de qué estaba cubierta la escalera como el segundo piso; eran telarañas.
¿Sería posible que hubiesen cientos de arañas en aquel sitio? Las telarañas eran incontables, las había por montones alrededor.
Caminé con mucha dificultad hasta la habitación que pretendía visitar. El enojo se me había quitado, pero tenía ahora una imperante necesidad de averiguar qué estaba sucediendo allí durante tanto tiempo. La puerta giró sobre sus goznes produciendo un chirrido ensordecedor. Me recibió una nube de polvo que era tan espesa que sofocaba la garganta. Estuve tosiendo un buen rato frente al umbral cuando escuché una voz metálica.
- ¿Quién anda ahí?
Un vuelco al corazón me paralizó en aquel instante, puesto que la alcoba estaba cubierta por una telaraña gigante. Habían enormes espejos por todas partes, cubiertos de polvo y de suciedad, por lo que me dí cuenta de algo. La famosa luz que veía desde la calle era un reflejo de una lámpara en el poste frente a la ventana, producto de su choque contra uno de los enormes espejos de la habitación.
Nuevamente la voz volvió a escucharse.
- ¿Hay alguien allí?
Por un momento me pareció estar alucinando. Una mujer de bella apariencia, pero con la palidez de un cadáver movía su cabeza por entre las horrorosas telarañas. Al principio pensé que estaba atrapada en ellas, pero mi terror creció al comprobar que la mitad de su cuerpo era una enorme masa deforme llena de tentáculos. Era mitad persona y mitad tarántula, con ocho patas peludas que se extendían pesadamente por el suelo.
Nuevamente preguntó
- ¿Hay alguien allí?
Bajé tan sigilosamente como pude aquellas escaleras de nuevo y me escabullí por una de las ventanas rotas para trepar tan aprisa como pude aquella verja oxidada.
Poco después me enteré que yo había sido uno de los cientos de personas que se aventuraron a entrar en aquella casa y habían abandonado a su suerte a aquel solitario ser que aguardaba hora tras hora, para hablar con algún mortal…
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