Me gusta pintar acuarelas, que más que pinturas son manchas borrosas. Es mi técnica para guardarlas como secreto ante miradas ajenas. Entonces las interpreto, las reinterpreto y dejo que corra más agua para que la historia cambie. Muy lejos de ser obras de arte, son registros de vivencias escuálidas y esforzadas.
Una hoja texturada y roñosa me acompaña siempre y como nadie ha visto mis manchas ni menos las entenderían, tengo la libertad de hacer el resumen de un episodio, que mañana cambiará y pasado también, porque el pincel manda. Los colores de este episodio seguramente serán azules y verdes; tenues y oscuros. Pero muchas veces la acuarela mezcla episodios y miente...

Mi viaje nació y murió como un mostrario de amor, enfrascado en ___días. Plagado de códigos afectivos pero sin el atrevimiento de darles el significado que merecían. Nuestros pensamientos que ni se cruzaban virtualmente por miedo a no ser dos simples cerebros inconexos que se van a despedir en ___días, hacían trampa y utilizaban caricias con excusas absurdas. También para las miradas de ojo a ojo se habilitaban muchos trucos y a la hora de comunicarnos verbalmente bajaba nuestra profundidad mental a 1 cm., medida que apenas alcanzaba para una discusión acerca si era más conveniente comer camarones o piñas.

Pero el trozo de alma que denuncia que el tiempo es subjetivo y que tenía toda la libertad para observar como su cuerpo detenía a instantes la caída del agua dibujada con el mismo azul de mi primera acuarela, que me obligaba a dejar volar los días que ya amenazaban con convertirse en segundos y que desechaba en mí la preocupación del traspaso entre lo sublime y lo vulgar, empezó a desdibujar mi acuarela tiñéndola de colores fluor que me atacan directo a los ojos y me vociferan que perdí un cuadro perfecto y permanente.
POR SUERTE LAS ACUARELAS SE DILUYEN.