Sobre la mesa hay vasos cansados, como besos adormecidos, ésos que te hacen dibujar corazones y decir cosas cursis, ésos. Pero estos vasos no son besos, son vasos vacíos, vaciados en él.

Él había tratado dejarlo, pero el alcohol le aportaba esa chispa que sobrio no tenía. Pensaba que así era más choro, más simpático, más vivo.
Vivo... así estaba antes de que le gritara, antes de que le exigiera cambiara, antes de que por primera vez le obligara ver su herida. No lo soportó, y se mató. Y me dejó mordiendo la culpa y tragando su pena.