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Sentí tu mirada clavándose en mi nuca. Tu aliento convertido en brisa nocturna me erizó la piel. Entre las sombras de la habitación se dibujaba tu presencia, más oscura que las tinieblas que la envolvían. Tu voz negra como el carbón, áspera como el esparto, amarga como la bilis, me susurró un saludo que atravesó mis tímpanos hasta clavarse en mi cerebro. Desesperado por nuestro reencuentro me lancé a tu cuello y lo apreté entre mis manos hasta que se rompió. |
Texto agregado el 03-10-2008, y leído por 135 visitantes. (11 votos)
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