Rosa, que nombre más absurdo, discurre la muchacha si sus padres la verían primorosa al nacer o por algún familiar y murmura: -Rosa maldita y ajada en este espacio inmundo. Alza la cabeza y ve cerca del camino el sol explendido de los silvestres dedales de oro, contentos con el calor. Ese calor que a ella la ahoga, la va matando con lentitud. Escudriña en el basural, mientras el sol daña, aún más su piel reseca y quemada. A veces encuentra algo que le pueda servir. Nadie le da trabajo a una mujer con cicatrices que la desfiguran y que no se pueden cubrir como las del cuerpo,una especie de monstruo, rechazada, atrae miradas conmiseratívas de los transeúntes, a veces demasiado indiscretas. Curiosidad, extrañeza, quizás temor en los niños. Un muchacho insconciente espetó una frase fustigadora ¡Cara de diablo! y todos se burlaban y reían. Deseó desaparecer del mundo, cobardes le gritaban palabrotas e invitacione soeces. Ella no molestaba a nadie, se tragaba la rabia y le ardían los ojos, se rompía el pecho de impotencia. Así y todo no cambiaría esta, su deprimente libertad ganada. Se sabía diferente y recordó el dolor de la primera vez que se miró en un espejo y pensó que esa enfermedad se le pasaría. Ni sabe como creció. Las monjas de la Caridad la cuidaron y le enseñaron a leer y a rezar. Un poco crecida y sana ella pagaba en parte su comida con su trabajo de niña, en la cocina, en el aseo del baño de las monjas, con el cansancio de barrer los corredores del Convento, regar jardines con lágrimas y sudor, apilar y recoger las hojas caducas de los arboles y agonizar viendo las altas y sombrías paredes del Convento. Nunca le leyeron un cuento para niños, solo esas cosas del libro negro de orillas doradas, papel sedoso y lindas cintas de color y que ella no entendía... Y ese silencio atroz que la desgarraba. Cansada de dormir en el camastro de el cuartucho maloliente al lado de la cocina, de la escasa y mala comida, de los incomprensibles rezos y cánticos, llegó la ocasión de batir alas presintiendo que afuera de los muros había un mundo diferente. No la buscaron y su esmirriado cuerpo aceptó caridades mas dignas que las que conocía en el Convento. Nada de lo imaginado le fue dado, afuera nadie la quiso. En un boliche le daban la comida que sobraba y no aceptaban que pagara, como ella quería, lavando la loza, seguro que le tenían asco a sus manos deterioradas por el fuego, barría la vereda u ordenaba las botellas en sus correspondientes cajas.
-Soy una mendiga, concluía. Y aún así no perdería la lbertad ganada, aunque tuviera que dormir en una banca de la Sala de Espera en Urgencias Médicas.. No, no volvería al Convento, prefería morir de frío en la calle, seguiría siendo la misma basura, a la sombra de esos tétricos muros, al congelador silencio, al dolor de las rodillas,los calambres y sin poder sentarse. En el Vertedero siempre encuentra algo, algún juguete usado, cucharas, revistas, baratijaso o alguna bolsa con algo usado que se puede vender o cambiar. Envase de vidrios que pesan mucho y no valen nada. Unas míseras monedas. Llama su atención una botella de color. evoca unas lindas, de licores antiguos en la casa de la señora bonita, que les servía chocolate caliente en invierno, cuando con la hermana Socorro iban a retirar la ofrenda mensual. Sentada en una piedra de espalda al sol saca de su bolsa una pilcha de algodón para limpiarla, adora su forma, la frota con persistensia, con cariño y el resplandor que brota de ella es inmenso. como las llamas que por vez primera recuerda y el Vertedero se transforma en un mundo esplendoroso de luces en diversidad de azules y áureos, así como ella se siente diferente y ríe tan de adentro que se le cae al suelo la botella. Atónita, ante ella un joven hermoso, de pelo oscuro y rizado vestido de brillos le dice:¡Que rosa más preciosa, jamás ví nada igual en palacio alguno!
El le tendió sus manos, Rosa confiada y espléndida, renacida le entrego sus manos con dedos de fragantes pétalos rosados. El la acercó a su cuerpo y danzaron juntos y cogiéndola en sus brazos , el joven se elevó al infinito con la rosa más linda y perfumada.
Y allá abajo ,los dedales de oro, esa flor silvestre de los caminos se erguían, despidiéndola. |