Subió al autobús con la desidia del que sale del trabajo cansado de la misma rutina, se sentó sin mirar mientras sacaba el libro, conectó la radio de su mp4 y hastiado de oír la misma música de la misma emisora de siempre. Al azar sintonizó una que emitía música clásica, no recordaba cuando había escuchado ese estilo por última vez y lo dejó; concentrado en la lectura sonrió pues las notas que escuchaba le hacía más fácil imaginarse las escenas que el libro describía, veía como los personajes se movían al compás de la música sorprendiéndole que aquella melodía sirviese de banda sonora a una novela contemporánea de tintes policíacos.
El autobús continuaba su ruta y la gente subía y bajaba como siempre, pero para él no era lo mismo de todos los días. A veces levantaba la vista del libro y contemplaba lascalles por las que circulaban, no eran las mismas, tampoco las luces que las iluminaban, como tampoco eran los mismos los rostros del resto de pasajeros pese a que conocía a la mayoría, todo lo que veía le parecía extraño, como si hubiese sido abducido y llevado a otra ciudad, incluso a otro país, y a pesar de ello sabía perfectamente donde estaba y cual sería la siguiente parada.
La emisora cambiaba de intérpetre y de compositor sin que ello distorsionase el ritmo de lectura ni el desarrollo de las imágenes, aún seguía mirando de vez en cuando a los rostros de quienes compartían el autobús y seguía con aquella sensación de ser un extraño entre ellos, alguno lo miró con aire inquisitivo al observar como contemplaba a la gente con cierto gesto de sorpresa e incredulidad, entonces él volvía la mirada en el elibro y se sumergía de nuevo en el texto al son de las notas. Llegaron a la última parada, que era su destino, y guardó la novela sin dejar de escuchar la música, pasó por las calles de su barrio como quien pasa por una ciudad ajena y desconocida, haciendo caso omiso a los saludos de vecinos y amigos. Entró en el portal y tomó el ascensor, abrió la puerta de su casa y fue directo a la cocina, se preparó un té y con la taza humeante fue a la terraza, encendió un cigarrillo y apoyado en el balcón contempló ese horizonte en el que se recortaba un bosque de antenas y tendales tan conocido y viejo como nuevo y sorprendente a la vez. El locutor anunció el fin de la emisión a la vez que él terminaba el cigarrillo, lo apagó en la barandilla, pasó primero una pierna y luego la otra, elevó la mirada hacia un cielo oscuro desde la luna parecía sonreirle coqueta y se soltó.
Mientras caía veía a los personajes de la novela saludándole desde las ventanas al son de la música ya inexistente, eso le hizo soltar una gran carcajada que sólo pudo silenciar el impacto contra el suelo . |