La tarde caía lentamente, el cielo cubierto con negros nubarrones anunciaban una fuerte lluvia; el vidrio roto impedía aun más la clara visión hacia los verdes pastizales empapados de tanta lluvia, el lago que se divisaba a su izquierda estaba lleno de gansos salvajes; así parecían, verdaderos gansos salvajes mecidos por el fuerte oleaje; -¡Chicos! De nuevo se fueron los gansos al lago; -¡Vayan a buscar a esas aves!- Recordaba esos gritos José, recordaba a su abuela que terminó sus últimos años, medio loca, pero ¡vaya! Que sí tenía razón la anciana, pensaba el niño, ¡claro!... si las olas se parecen verdaderos gansos… Interrumpió el recuerdo de su abuela un rico olor que provenía de la pequeña cocina, la cual tenía sus vigas bastantes ahumadas y con mucho hollín, le hizo sentir hambre, se vía contento, diferente tal vez; la Chave, cocinaba una rica sopa de gallina; sacarle las plumas no había sido difícil, lo que más les costó fue atraparla, revoloteaba velozmente por el gallinero y a punta de zarpazos lograron agarrarla de un ala. Hacia tiempo que no comía una sopa tan deliciosa, la pequeña casa construida de madera de pellín en bruto ahora olía a limpio, y él ya no andaba con los pantalones rotos, comenzaba a querer a ésta mujer, pero lo que más lo hacia estar contento era ver a su padre que ya no bebía; ya no se emborrachaba, -le hacía falta una compañera a mi taitita-, -Y a mí, alguien que me diga buenas noches…con un beso lleno de cariño…
|