Simulador
From: jltrevino@hotmail.com
To: esperanza.garza@yahoo.com.mx
Sent: Monday, June 11, 2002 12:25 PM
Subject: Saludos desde Monterrey
Hola Mamá:
¿Cómo has estado? ¿Cómo están mi papá y mi hermana? Yo me encuentro muy bien aquí, en la Ciudad de Monterrey.
Hace siete días que llegamos Mario y yo. Desde aquel día, el primero, nos enteramos de una exhibición de electrónica y computación que estaba por comenzar en la Macroplaza, entonces decidimos visitarla. Ya sabes, las computadoras son nuestra pasión. En realidad no esperábamos que la feria tuviera cosas tan sorprendentes: van desde pequeños cidís con reproducción de video increíbles hasta robots de inteligencia artificial que hacen todo por ti. Lo más sorprendente dentro de la exposición es un simulador de vuelo: es indescriptible la sensación en cuanto te subes ahí. Lo trajeron desde Alemania, no recuerdo bien el nombre de la compañía pero, te juro es mejor que subirse a un verdadero avión.
Por sólo quince dólares tienes derecho a cinco minutos de vuelo; así puedes disfrutar la sensación de conducir un avión de guerra. No importa que no sepas volar, no, ni siquiera que alguna vez hayas visto una cabina; ahí te colocan unos lentes con un casco especial (de realidad virtual), te mencionan algunas leves indicaciones de cómo elevarte y comienza el juego. Estas en una especie de cubículo que al cerrarlo parece que lo hacen de manera hermética, al menos eso dicen, por aquello de los ruidos y gritos, tú sabes. Al entrar sientes un frío... mmm, algo diferente; te pones la máscara de oxígeno y te preparas para despegar.
Escuché que un morro no siguió bien las indicaciones para la colocación de la máscara y murió asfixiado al despegar. No importa, son cosas que ocurren.
Yo, por supuesto, seguí todas las sugerencias. Al despegar es una sensación ¡súper! Sientes cómo la presión te oprime las costillas, llegas a pensar que se te van a romper; como en una implosión.
Después viajas por donde tú lo prefieras, bosques, selvas, mar, desiertos.
En cierto lugar sale una advertencia de Zona de vuelo bajo su propia responsabilidad. Casi nadie duda en acceder.
Te encuentras en medio de una verdadera batalla de bombarderos. No sé a qué país representen los enemigos, pero del lugar que sean, sí saben lo que hacen.
La primera vez que entré no duré mucho tiempo, le dieron a mi nave y una bala me hirió en el brazo; era tan fuerte el dolor que tuve que regresar pero ya no pude llegar hasta la base. Me decidí por un aterrizaje forzoso y, bueno, no lo sé hacer bien todavía, sufrí una contusión en el cráneo. En ese instante sólo sentí la cabeza como hinchada y mi frente muy caliente; no sentía dolor. Uno de mis ojos comenzó a cubrirse por una nube roja y ácida, entonces supe que algo malo había pasado. Es que... todo es tan real. Se apagaron los sistemas, bajé de la nave y en realidad estaba sangrando mucho, tanto de la cabeza como del brazo. Lo bueno es que los organizadores de la exposición piensan en todo. Apenas sales del simulador hay dos médicos con enfermeras esperándote; me llevaron a un hospital y ahí me extrajeron la bala y curaron la herida en mi cabeza ¡sin costo extra!
La segunda ocasión ya casi había terminado con los enemigos. Pero los malditos, los dos únicos que quedaban, hicieron tales maniobras... Lograron atacarme uno por la derecha y otro por la izquierda al mismo tiempo, una bala me dio en el ojo, dicen los médicos que ya es imposible salvarlo; no importa. Derribé a cuatro de ellos y la próxima vez los derribaré a todos.
Dicen los dueños del simulador que yo soy uno de los mejores, hay otros que no han tenido tanta suerte. Me platicaron de un piloto que desde su primer viaje le deshicieron su avión. Le amputaron el brazo derecho pues recibió dieciséis balas, tiene quemaduras graves en la cara y en el cuerpo. Pero no hay nada de qué preocuparse mamá. Los médicos aseguran que sí se salva.
También hay gente que peca de cobarde y no se mete a pelear con los bombarderos. No los entiendo, si no entras ¿dónde está la diversión?
Mañana es el último día de la exposición y creo que no podré asistir, aunque tengo muchísimas ganas.
Lo que pasa es que hoy en la noche es el funeral de Mario, mi amigo, y mañana lo entierran. Los malditos lo cercaron en una zona llena de altas montañas, dicen que había mucha tempestad, tal vez por eso no vio que tenía enfrente un estúpido cerro. Se estrelló. Murió instantáneamente. Al menos creo que no sufrió. Los médicos entraron inmediatamente al simulador. Yo estaba afuera y desde que abrieron las puertas lo vi casi deshecho, muy chamuscado. Algo se hizo lento dentro de mí y el tiempo de los relojes comenzó a correr rápido. Sentí en la boca del estómago un alfiler que me atravesaba y un sabor amargo en todo mi cuerpo. Quise gritarle ¡Mario! pero la voz no me salió; se quedó muerta igual que él. Los médicos quisieron quitarle los cinturones de seguridad y la ropa pero no pudieron, todo estaba adherido a su piel. Corrí, sin tener conciencia de lo que hacía y lo abracé. Nadie me lo prohibió. Entonces supe que no había nada más que hacer. Lloré un poco en silencio y le susurré al oído que me vengaría.
Si mañana no puedo estar allá, en la exposición, juro que el otro año los derribaré a todos. Aunque dicen que no me debo arriesgar porque no es lo mismo manejar con un solo ojo. No importa. Por Mario juro que lo haré.
Te quiero mucho y espero verte pronto. Un abrazo.
José Luis.
Gustavo Gamboa
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