La sangre humedecía las cuerdas, manaba suave y lenta por las rozaduras que se había provocado intentando liberarse, ya había cesado en ello pues comprobó que era en vano, disfrutó no sin asombro del alivio que el líquido rojo proporcionaba a sus lacerados tobillos y muñecas, la quemazón parecía disiparse, no así su miedo.
Una brisa húmeda y fría acarició su piel, alguien había entrado y se había sentado en el borde de la cama; unas manos comprobaron las ataduras, para después con las yemas de los dedos recorrer su cuerpo desnudo. Se estremeció al sentir sobre su pecho una gélida caricia de metal que se deslizó por su torso hasta llegar a su sexo; la punta del cuchillo presionó sobre su sexo, se desplazó sobre él arañando su superficie para a continuación hacer lo mismo en los testículos mientras unos dedos retorcían uno de sus pezones. La mordaza de la boca amortiguó el grito cuando la empuñadura del arma se hundió de golpe en su ano, entraba y salía de él con fuerza, como con fuerza una mano apretaba su pene a la vez que lo masturbaba violentamente, unos dientes mordisqueaban su pezón mientras era bañado en una saliva espesa. Sus ojos empaparon en lágrimas la venda que los cegaba, lloraban por el dolor que sentía pero más por lo incompresible de todo aquel sinsentido, los cerró más en un infantil intento de abrirlos de nuevo y despertar de aquella pesadilla, aquel dantesco sueño que lo sumía en la desesperación; desesperación que tornó en asco, repugnancia de aquel tacto áspero sobre su cuerpo, de esa violencia entrando y saliendo de él, de sí mismo al eyacular abundantemente. El desconocido se sentó a horcajadas sobre él, movía el cuerpo como si galopase sobre su pecho, los movimientos se hicieron más rápidos para convertirse en convulsiones que acabaron cuando sintió sobre sus labios amordazados la humedad viscosa y sucia del semén del otro. Sintió una lengua áspera humedeciendo su oreja, el extraño se había inclinado sobre él, con voz dura y fría le susurró al oído si quería saber el porqué de todo aquello, nervioso sacudió la cabeza asintiendo, el desconocido sólo dijo "El azar, el sencillo y puro azar".
La oscuridad se hizo más contundente que la simple provocada por la venda, la rotundidad con que la empuñadura del arma violentó su ano fue nada comparada con como la hoja penetró en su pecho partiendo su corazón. Su vida manaba en forma de rojo manantial mientras el azar se reia de él.
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