Después que mi marido perdiera la vida en un accidente de aviación vendí las casa,cobré seguros e indemnizaciones y compré mí departamento. Vivo en un sistema de cajas. el departamento, el ascensor y la caseta de los guardias. Mi único hijo tiene sus propias vivencias personales y sociales y se le olvida
para que sirve el teléfono. O sea estoy más sola que antes y no conozco a nadie. Pretendí cambiar mi modo de vida, mi marido era muchos años mayor y me sometía a privaciones sociales, que no era bueno que aceptara jugar a las cartas, que la ociosidad engendra vicios y que me hizo falta tener más hijos. Con mi cabeza invadida de sueños normales, conocer gente nueva y quizás encontrar un marido para no enredarme en locuras. Y acá no conozco ni a los que son mis vecinos en mi piso. he divisado alguna vez a más de alguién, más jovenes que yo, no dan la cara ni el saludo al ingresar al ascensor, pero hay un señor de mi piso que saluda con una venia, es interesante y deja una estela perfumada y varonil, un aroma fino que llega a mí alma.
Pareciera que este edificio fuera asilo de mudos. Solo las nanas y los pequeños con sus carreras, gritos y llantos, a cierta hora hacen ruido en este mausoleo. Pensé que liberada de obligaciones y críticas gozaría una pequeña dicha. Mis días son más aburridos que antes, prometí invitar a las damas del movimiento parroquial y se por que no lo he hecho, no tiene brillo.
La verdad, quería cambiar mi estilo de vida y no resulta y comienzo a extrañar mi calle Seminario, que estaba ya fea. La Zoila, mí incondicional asistente me acompaña tantos años. Claro, con la mísera pensión no tiene donde vivir, ella hace todo, pese a su edad es muy ágil, la costumbre de trabajar en esto. Yo me levanto después de servirme el desayuno en cama, riego y reviso mis finas plantas, limpio algunos adornos más delicados y luego me doy un baño de rica espuma que me deja relajada y la piel suave. Tengo buenas cremas, son buena inversión para mejorar la estética.
Iré a visitar a la Teresa, mi hermana que vive sola con la nana achacosa y sorda. Eso es horrendo compartir los días con alguien que no se entera de nada.
Sentada en un vagón del Metro arreglo mí pelo con una caricia en el espejo del vidrio del ventanal. Ese señor que sorprendo observándome. Como señora digna, lo ignoro, pero siento el peso de su mirada. Mí corazón se alegra, aunque el físico del señor no es de mí gusto posee eso que se conoce como un don de gente. Posiblemente tenga su vehiculo en reparaciones. Las estaciones se suceden rápido. Al fin lo miro -Tonta, por Dios,al parecer es el rostro de un conocido. ¿Pero quién?
Estación Latinoamericana, debo descender. El señor mirón me hace una especie de saludo.
-Por Dios que feo está por aquí, las veredas destrozadas por el tonelaje de los camiones cargados de material para las nuevas construcciones. La Tere debiera vender, está quedando emparedada entre torres de departamentos y cuando quiera hacerlo le pagarán un moco. El patio para cuando vengan los nietos, los chicos viven en departamentos, los de ella se críaron con patios grandes, con columpios, no vienen y si lo hacen se aburren, los niños hoy día disfrutan con los prodigios de la Internet y no salen de sus cuartos ni a saludar a la familia. La vida ha cambiado mucho para bien o para mal.
Me retiro luego de haber compartido un rico te e intercambiado recetas de cocina y medicinas, que más, si mi hermana vive enclaustrada esperando que la vengan a ver. El ambiente es tristón y me apena esta soledad de la Tere, siempre metida en la casa y preocupada de la sorda. Y siento pena. Me despido y que me llame para invitarla.
Mentalmente me voy monologando -No soporto este barrio, que se ha venido al suelo, desvalorizándose, tanta soledad e inseguridad en las calles y las antiguas casonas convertidas en bodegas o garajes, tanto polvillo en el aire y vereda mugrosas. Feísimo y desolado.
Un taxi me desvalijaría, así que decido bajar al Metro. Debí volver más temprano, los vagones vienen copados de gente. Ingreso a uno e intento acomodárme, para no perder el equilibrio me cojo de la barra vertical. Todos van con sueños- "Y ese hombre alto, bien tenido que me mira desde un costado de la puerta. Bueno, no va con terno, pero su atuendo deportivo se nota que es de marca. ¿Qué mal hago en mirar? Soy madura e interesante, me lo han dicho y lo he comprobado más de una vez, se que el nuevo color de mi cabello es sentador a mí cuidado rostro. Y estiro mí cuello. Un juego de miradas para acortar el viaje. Entretenido. Debe tener treinta y cuatro deportivos años, esboza una sonrisa acompañada por una mirada locuaz. Siento que me turba y disimulo, estoy cansada y nerviosa , además molesta con este enano crespo que no se está quieto, en cada estación me han codeado y restregado involuntariamente los que bajan y los que suben, no se porque no tomé un taxi, Estación Baquedano, un tornado de gente que sale y otro que ingresa.. Parte el tren, en la estación Salvador el galán desciende y me envía un beso con la mano, me ruboriso. El jueguito concluye, me entretuve y acorté el trayecto. El fin de mi viaje es la estación Tobalaba, salgo del carro en apretujada fila, cierro mí cartera que se ha abierto. De pronto siento miedo e inquietud y recuerdo al enano que me empujó al bajarse en Salvador. Al salir de la estación miro mi cartera e introduzco la mano y no hay nada, nada. Ni mi pañuelo perfumado. |